La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

En la calurosa noche de diciembre en Nueva Rosario, las cervezas en “NewDogos”, distienden las tensiones entre la diversión y la angustia, pero la presencia de Diego Scaglia, ex capomafia, y su mirada preocupante añaden misterio a la velada.

06 — L1 — El Sr. Scaglia sabe…

El Negro fue a pagar pero se quedó charlando en la barra, imposible detenerlo. Mientras, Fernando seguía nervioso acomodando las sillas y las mesas. En eso, Scaglia me marcó con su bastón para que me acercara y me encaminé hacia su mesa. Unos metros antes de llegar se aproximó uno de los guardaespaldas para palparme.

—Dejalo, Pupé , es de confianza, vayan con Jaime a la puerta, necesito estar a solas, traigan el aeromóvil en 15 minutos. —Scaglia tenía algo para contarme.

Los guardaespaldas tenían Alias extraños, Scaglia ponía apodos muy personales inspirados en situaciones vividas, y pensando en los historiales de estos personajes no quise ahondar en ello. Uno de estos se quedó en el costado alejado unos metros, un rubión de ojos claros con rasgos de la vieja Europa.

Fornido y de caminar pausado incomodaba su mirada, algo lo molestaba, espero que no sea mi presencia.

El que me palpó salió a fumar unos cigarros. Este era morocho, un poco más alto, con una sonrisa de dientes afilados adrede, los cuales infligía aun más temor.

El tercero  que lo acompañó a la salida, aludía que se mataba en el gimnasio, todo un Adonis, daba la misma edad que los otros dos aunque no poseía ni una cana.

El Sr. Scaglia era un hombre al que los años no le habían pasado, su vestimenta lo demostraba. Robusto pero entrado en años, tardó mucho en recuperarse después de que intentaron asesinarlo. En su mano derecha llevaba el anillo de La Séptima el lugar donde había crecido, dicen que una vez quisieron sacárselo, se lo tragó y después mató a todos con solo sus manos, pobres diablos. La segunda vez no le fue tan bien y terminó dependiendo de un bastón. Así mismo y aún con ese aspecto metía más miedo.

Me acomodé en la silla medio retirado de la mesa, Scaglia se reclinó con su habano en mano y habló:

Ma´ un aeromóvil… ¿Chi lo direbbe, no?… Los autos vuelan, ¡ja! pensar que Robert Zemeckis vaticinó que pasaría en el 2015 y todos nos reíamos.

A Scaglia le gustaba hablar mezclando con el idioma italiano. Decía que las raíces nunca se cortaron en su familia, ya llevaban tres generaciones. Su abuelo vino a estas tierras huyendo del Fascismo.

Tomé un poco de cerveza para ocultar mi incomodidad y por sobre el vaso vi su rostro serio.

—¿Mucho tiempo fuera de la ciudad, Detective?… Se lo extrañaba, me enteré lo de su familia…—me dijo.

—Gracias se lo agradezco, pero he venido solo a ayudar, las cosas no están bien por estas épocas.

—Si hay algo seguro en esta vita, si la historia nos ha enseñado algo, es que se puede matar a cualquiera, y eso se nota. —Scaglia echó humo fastidioso.

—Si me permite… ¿Usted, tiene algo para decirme? —le pregunté arrimando un poco más mi silla a la mesa.

—Tendría que ser più intelligente , Detective, el árbol le tapa el bosque. Esta gente está por todos lados y ustedes ni se enteran.

Scaglia tenía un hablar pausado, así sonaba, pero odiaba que lo compararan con mafiosos de películas, decía que eso era “pura bugia” , no era real.

—¿Sospecha de infiltrados, raro usted metiéndose en esto?—comenté.

—Todo lo que hagan estos figli di puttana es de mi incumbencia…, y no lo sospecho, lo tengo bien certificado. Se encuentran en sus círculos más cercanos pero no tengo el dato preciso.

Él era muy atinado en sus hipotesis, pero en cierta medida me creó dudas. Su rencor hacia ellos lo podría estar cegando. En el Distrito de La Séptima había habido una revuelta intensa días atrás y fue fuertemente reprimida dejando en ruinas más de la mitad del Distrito. En ese instante, Fernando interrumpió:

—¿Permiso, “Don” Scaglia…, va a tomar su Corretto de siempre?

— ¡ “Sr.” Scaglia…. —lo corrigió— no soy patrón de nadie, te l’ho detto mille de volte! Traé uno para mí y otro al Detective que algo de italiano le queda… ¿Su apellido cómo se escribe?—me preguntó.

—Con “CH”, una “L”, dos “T”—contesté.

—¿Algo que ver con el escribano?

—Nada—le respondí.

Para los italianos la pausa del café genera una especie de ritual en el que la convivencia es un punto clave. Sentarse alrededor de un buen café genera puro placer donde pueden tener una charla y relajarse, tal vez esta no lo sea, conversar con un capo de la mafia se torna difícil. Sin embargo la noche ameritaba aflojar tensiones.

Fernando trajo los dos cafés.

—Mmmmmm…El mejor café del mundo—se deleitó—. ¿Senti la differenza?

Yo conocía mucho de café italiano y lo que estaba tomando Scaglia no era lo que realmente había encargado.

— ¡Delizioso ! —le dije. Bajo ninguna circunstancia iba a contradecirlo y seguí con la charla—. Volviendo al tema, me preocupa lo que me dice, pero le aseguro que estamos encaminados.

Non lo credo di si… —levantó su bastón y señaló la entrada del bar. Para mi asombro, entraban varias caras conocidas… evidentemente la que iba a ser una finalización de una noche placentera de diciembre se transformaría en un turbado aquelarre.