Por Settimo
#31 — L1 — ¡Oh la, la!
Adriana “la Rubia” observaba cómo apilaban cuerpos tras la emboscada. Guiada por una joven en trance, participa en rezos que desconciertan a los Cascos y enardecen a los civiles. Aprovechando la confusión, logra filtrarse y rescatar a su compañera muy herida que aun se encontraba con vida. Juntas escapan hacia los túneles ocultos.
Las Adrianas se encontraban marchando por una zona no mapeada de los túneles. La Morocha estaba muy mal herida, sin sentido y necesitaba atención urgente. La Rubia cubrió los primeros auxilios, pero no era suficiente. La llevaba sobre sus hombros.
—Mi querida amiga, necesito que te repongas lo antes posible, si no te despertás vamos a estar en problemas, y creo que mis rezos esta vez no puedan parar esa hemorragia en tu pierna
La Rubia notaba que su compañera de a ratos se desmayaba, aparte de los magullones que recibió tenía un corte muy profundo en el lado externo de su pierna y la preocupaba. Para entonces poseía muy pocos elementos para realizar alguna maniobra para atenderla. En un parate, improvisó una especie de muleta con unos trozos de madera que encontró por el camino, improvisó con el cinturón de su uniforme un torniquete y con algunas vendas que sacó de su botiquín portátil, un toque de morfina controlo un poco la situación.
Colocando su brazo por detrás de su cuello emprendieron juntas el camino, debían salir lo más rápido posible de ese lugar, las explosiones que se escuchaban hacían parecer que todo volaría en pedazos.
En las cercanías se hallaba la Capilla del Huerto, sabía de la existencia de “La missionari della carità” , una vieja congregación que actuó en la guerra de Tasmania. Le era difícil para guiarse, entre la penumbra divisó un especie de cartel ennegrecida por la tierra. Al despejarla con su mano observó que se asemejaba a una flecha indicativa, debajo exhibía una leyenda… “Ecclesia”.
—Tiene que ser en este sentido—indicó la Rubia.
—Andando, entonces—dijo la Morocha entre quejas al moverse—, confío en tu latín, aunque no la tenía a “esa”….
—Parece que mis años de catequesis al fin dieron provecho. ¿Te conté que también estuve en un coro parroquial? —La Rubia le hablaba para mantenerla despierta.
—¿Un coro?…argh!—dijo entre quejidos—, si sos horrible cantando? Seguro que de eso se agarraron para echarte de la iglesia… ja.
—Si cuento por qué me echaron te asombrarías…
— ¿Cambiaría algo saberlo?
—Mejor no, “Lo que pasa en la sacristía queda en la sacristía”… —Rieron ambas.
Aflojar la situación les vino bien. Habían pasado por mucho hasta entonces y despejar tensiones les devolvió un poco de vitalidad necesaria para seguir.
Luego de un trecho la Morocha pudo observar más adelante que el túnel ya no seguía.
—Acá se termina la historia parece.
—Dejáme ver, voy a acercarme mejor—contestó la Rubia observando claramente que el túnel estaba bloqueado desde hacía años.
Pudo ver una especie de hueco más arriba. Trepó para observar mejor. Al asomarse del otro lado la situación no era muy distinta, si bien el corredor no era tan antiguo estaba con agua hasta la mitad y con la Morocha a cuestas se iba a complicar, debía improvisar algo en qué trasladarla.
Recordó que en el trayecto se había cruzado con una especie de puerta y tal vez podría usarla como balsa-camilla.
—Está inundado, vas a tener que bancarme, voy a buscar algo para que pueda trasladarte—comentó.
—Puedo esperar… ¿pero cómo pensás atravesarlo?
—Tengo algo de “C-4 reducido” todavía, vamos a hacer algo de ruido, no creo que se nos venga el techo encima.
—Eso espero, no quiero enterrarme viva, ya fingí mi muerte y no quiero que se haga realidad.
—No sé si canto bien, pero con los explosivos me sé manejar.
La Rubia sacó de un compartimiento de su uniforme varios microplásticos y los incrustó simétricamente en forma de estrella sobre el muro barroso debido a la humedad que poseía. Conectó unos cables y le dio el detonador a la Morocha.
—Ya regreso, más atrás hay algo que nos ayudará en tu traslado, cuando esté de vuelta vas a hacer los honores. —Salió corriendo.
—Roguemos que tu idoneidad en explosivos sea como tu latín y no como tus cantos… jaja—le gritó irónicamente mientras veía como se desvanecía en la oscuridad.
La Morocha quedó armando algo en qué parapetarse. Tomó unos escombros y se acomodó unos metros alejada del muro.
Su herida empeoraba cada vez más, aflojó unos minutos el torniquete, le preocupaba la situación de su pierna. Si no era atendida rápidamente temía perderla, el color que tenía no le gustaba nada.
Tomó de su riñonera el sistema de GPS y le dio varios golpes pues no daba señal alguna, enfadada lo arrojó contra la pared.
Beep…Beep…sonó.
— Reiniciando sistema… —se escuchó del aparato.
—¡Ja! Mi método de reparación siempre funciona—dijo risueña y lo tomó del suelo.
—¡Rubia tenemos señal, ya sé dónde está! …¡Rubia, podemos rastrearlo!—le gritó sin obtener respuesta. Un silencio se apoderó del recinto.
Lentamente y extrañada se reincorporó con dolor y camino unos pasos hacia donde su compañera se había alejado.
—Adriana…—susurró cauta su nombre esta vez.
En la oscuridad se sintió la recarga de un arma y se encendió una luz muy potente que cegó sus ojos. Tapándose con su brazo y ajustando la vista apareció la Rubia apresada por un grupo de Cascos comandados por el mismísimo juez, Paul Morrà.
— ¿Bonjour, mademoiselle, comment allez-vous? —dijo en perfecto francés.
— Je diráis que je ne passe pas un bon moment… —le contestó la Morocha descubriendo la situación.
— Parfait francés… felicitation pour toi… ¿Donde aprendió?
—Pues para graduarse en la Universidad de La Sorbonne , es importante tener un nivel suficiente en francés.
— ¡Oh, la la, un professionnél!… ¿y que más aprendió en París? ¿Ser une terroriste?
—Tal vez…, no sé… Esa Universidad tuvo algunos egresados notables que influyeron algo , habría que indagar. ¿Usted es egresado?
La Morocha conocía a este personaje, fue docente de La Universidad Sorbonne Paris Cité (USPC) . Nacido en Francia, de modos finos, ecléctico por naturaleza, ex miembro del Opus Dei, , fotógrafo y pintor. Con su llegada aprovecharía para imponer sus preceptos de Justicia muy particulares.
Una de ellas fue impulsar el retiro de las las becas MIEM de La Sorbonne que servía para darles oportunidades a estudiantes internacionales. Fue señalado varias veces por sus sesgos contra el partido Discordante.
— ¡Misérable femme! ¿Con quién piensas que hablas?
—¿Tal vez con un típico arrogante “franchute”?… ¿Dónde guarda su boina, el pañuelo rojo y el jersey de rayas?…
La Morocha le tiró un beso a modo de señal a la Rubia y atendiendo a eso esta se echó cuerpo a tierra. Accionó el detonador cubriéndose del estallido.
Chak! … Solo se escuchó ese sonido, pues no hubo ningún estallido. Chak, Chak… , intento varias veces más y se quedó mirando a la Rubia que bajaba la cabeza hacia el suelo suspirando.
—¡Ha, ha, ha, ha! Je suis tellement desole, mademoiselle… ¿No funcionó?… Buuuu… —Morrà se mofaba y se acercó para arrebatarle el detonador… —¿Tal vez olvidó de sacar el tapón de seguridad? Oh, oui oui…, se olvidó? —Caminaba graciosamente y repetía en forma de canción. — Tu as oublié, tu as oublié ♪♫♪…ha, ha, ha… ¿dónde está ahora le grand professionnel?
La desazón desgarradora en el rostro de la Morocha daba pena. Ella herida, y la Rubia, esposada sobre el suelo, poco podrían hacer. Morrà dio media vuelta y dijo enérgicamente:
—¡Las juzgaré aquí mismo, sentirán el poder de mis Leyes! Yo no pierdo tiempo como ese bête brute de Vaisman— Morrà sacó su pistola y la apoyo en la nuca de la Rubia que se encontraba tirada sobre el piso…
—¡Culpable!…—gritó. Ella observó como el dedo del francés comenzaba a presionar el gatillo y cerró sus ojos…
¡Kaboom!…
La explosión del muro antes de gatillar arrastró por los aires a Morrà y descolocó a todos los soldados, las Adrianas abrazadas en el piso quedaron mudas…
Del otro lado de la pared derrumbada, apareció como héroe salvador entre el humo de la explosión danzante, Andrés Maniscalco, más “Negro” que nunca, con una ametralladora en su brazo derecho y en su mano izquierda un garfio brillante sosteniendo un habano. Con él, tres mujeres con atuendos de monja sobre sus cabezas, armadas hasta los dientes como arcángeles apóstatas.
—Protesto, Señor Juez…, sus métodos de justicia están fuera de las leyes de esta ciudad—dijo riendo y echando humo.