La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha

Por Settimo

#34 — L1 — Dar la vida

En la capilla, la Morocha lucha entre la vida y la muerte mientras Andrés reúne a sus pocos hombres. Una transmisión revela que los túneles también fueron atacados. Sor Beatriz, firme y severa, les entrega armas ocultas bajo el confesionario. Con fe y coraje, parten hacia la batalla.

Después del combate en los bajos pasadillos de la Secretaría que dejó varias bajas, por el radio repiqueteaba la voz del embajador…

—Lagostena!… Aquí Vaisman… necesito informe preciso… ¡Lagostena… conteste!… ¡Maldito y nefasto sicario, debió haber muerto en esa puta cúpula! ¡Conteste!…cuando lo encuentre lo mataré yo mismo…

Raúl, que se encontraba al lado del cuerpo del sicario ya sin vida, tomó el radio y habló:

—Debo decirle que eso va a ser imposible de concretarse; su hombre ha pasado a mejor vida, Gavriel

—¡Tú! —vociferó el embajador, asombrado por la comunicación intervenida—. ¡Pequeño infeliz, te has escapado como rata! La próxima vez no se te hará tan fácil y, cuando te atrape, tardaré mucho en quitarte la vida. ¡Sufrirás como un perro! —tronaba por el intercomunicador.

—Veo que ya no me trata de usted, embajador. ¿Estamos empezando una relación más amigable? ¿O tal vez más que eso? Desconozco sus preferencias sexuales… desde ya le digo que es imposible…

—¡Hijo de…! ¡Pum!…¡Pum!… —se escuchaba que golpeaba el radio histérico ante el fracaso. — ¡Voy a asesinarlos a todos!… crshhh. —La comunicación se cerró definitivamente.

—Ja ja ja, pobre desdichado… —Raúl no paraba de reír.

Mientras tanto, Arloro hacía señas, pues por el otro canal había comunicación de Andrés.

—¿Me copian? Aquí “Comando exterior”… repito, aquí Comando exterior, ¿me co…ian…? —era la voz de Andrés, sin duda. Se oyó de nuevo.

—Aquí Com-ndo exterior, ¿Me escu…an?

—Aquí Comando de túneles, informe situación—contestó Arloro.

—Los co-andos del exterior, sobre la Secci-nal y la Jefatura, fueron dañados fuertemente y desperdigados por los tún-les. Nos encontramos en la Capilla del Huert- disp-estos a re-ibir órd… crshhh…

—Tenemos mala recepción. Repito, aquí Comando de túnel, informe situación. —Crshhhh…La comunicación se había perdido nuevamente.

—¡Alcalde… repita Alcalde…, hostia!—dijo Arloro—. Teniéndolo en la superficie era nuestro boleto de salida.

—Tranquilo, Edgardo, así no solucionaremos nada —le dije, calmándolo. Le ofrecí un cigarro y me senté en el piso junto a él—. Tengo la esperanza de que de esta salimos, siempre y cuando no aparezca alguna sorpresa. Las armas ya están en nuestro poder y pronto servirán para emparejar la lucha.

—Eso es lo menos importante ahora…

—¿Como?

—Nada… es que de eso se trata: siempre seremos los putos jodidos de este cuento. Las revoluciones siempre han de tener resultados perfectos, y cuando no los tienen, o son imperfectos, la historia siempre las maltrata. Siempre nos toca la negra, tío.

—La historia mal contada lastima a los más débiles, a la larga nos dará la razón: cuando se lucha por la libertad, es imposible ocultar la verdad.

—Mas vuestro optimismo no me sosiega; no lo tengo por verdadero. Ojalá yerre yo en ello. —Arloro miró hacia el techo, echaba el humo prolongado y profundo, motivado por un sentimiento de impotencia.

Todos nos encontrábamos muy nerviosos, teníamos en acción menos de la mitad de la tropa. El contacto de apoyo del grupo exterior era prácticamente nulo, y Vaisman seguramente volvería a acechar con sus Hordas.

El objetivo de tomar las armas siempre estuvo firme pese a lo desviado de los acontecimientos. La insistencia de Martín en revisar el plan, la tozudez de Arloro, las dudas de Andrés, la traición de Lagostena… algo no me cerraba. Preferí guardarlo. Mi instinto detectivesco me decía que faltaba algo más, y no necesariamente para bien.

El panorama pintaba complicado. Laura estaba recostada contra Scaglia.

Tenía la mirada fija en el cuerpo de su amado, consumida por dentro. La pérdida de Martín la destruyó: ya no quedaba nada de su familia. El viejo Scaglia, herido y paralizado desde la cintura, apenas podía consolarla; ni quiero pensar en el dolor que soportaba en su espalda. Sus guardaespaldas —los dos que quedaban— montaban guardia atentos a un nuevo ataque. El pobre grupo restante preparaba las armas recuperadas para la huida; arriba nos esperaba el monorriel, nuestra vía de escape, varado desde el ataque del aeromóvil.

La idea era arriesgada, necesitábamos un par de ojos allí arriba.

Raúl se acercó pidiéndome un cigarro y se sentó junto a nosotros.

—El tiempo nos corre y Vaisman nos pisa los talones; hay que tomar una determinación—dijo mientras se encendía el tabaco.

—Nuestro escape debe ser por la superficie; los túneles se encuentran inundados o dominados por los Cascos. Imposible por esa vía—indiqué.

—Pues, por la superficie habremos de ir —dijo Arloro—; habemos de asegurar la salida con la mayor brevedad. He mandado emplazar explosivos en el bloqueo; las microbombas obrarán lo suyo y nos darán minutos contados para huir.

—¿Qué hacemos con los heridos? Muchos de los nuestros apenas pueden correr, ni que hablar de Scaglia, está imposibilitado de caminar y Laura está totalmente trastornada. —La decisión era difícil y jamás permitiríamos abandonar algún compañero.

Signori… —interrumpió Scaglia más alejado—, dejen de cuchichiar… aquí me quedo, mi hora a llegado, penso di averlo dejado bien claro.

—Nosotros no abandonamos a nadie, Sr. Scaglia…—le dije.

—Pues los abandonaré yo a ustedes entonces. Es imposible que siga en estas condiciones. Andare vía ; solo dejenmé. Me encargaré de darles tiempo para scappare.

¡Boomm!…

El sonido del “ariete rompepuertas” sobresaltó al grupo. De inmediato, uno de los guardaespaldas se aproximó.

—Ya están aquí…—dijo el Grandote—. ¡Tomemos una decisión rápido!

—Está decidido… ¡Ya váyanse!—Scaglia arrebató el detonador de las manos de Raúl—, o voy a volar esto en pedazos con tutti dentro. —Sacó el seguro del detonador y acomodó tembloroso su pulgar.

—¡Estáis como una cabra! ¡Dadme eso, me cago en la gran puta!—gritó Arloro, intentando acercarse.

Instantáneamente fue detenido por el Grandote, uno de los guardaespaldas y aplicándole una llave en su brazo lo dejó inmovilizado.

—Si el Sr. Scaglia dice que nos vayamos, nos vamos…, ¿hai capito? —le dijo pausado.

Scaglia sonrió al escucharlo y continuó:

—Ya váyanse… ¡me cachen dié!

¡Boom!

El nuevo embate del ariete no dejaba opción. Los Cascos estaban de nuevo encima. Uno por uno comenzamos a salir por la boca del Cenotafio.

Arloro tomó una mochila extraña muy cautelosamente, cruzamos miradas y trato de evitarme, me llamó la atención. Corrimos hacia la salida y me quedé hasta ser el último.

—¡Laura, dónde esta Laura!—grité.

Ella había quedado retrasada unos metros, caminaba vencida por el estrecho pasadizo. La levanté en mis brazos.

—Laura es hora de irnos, ¿Estás entendiendo?

Alzó la cabeza; su rostro, marcado por lágrimas y hollín, despertaba una tristeza insondable.

—Ya no me queda nada…—sollozó entre suspiros.

La mayoría ya había salido. Los golpes del ariete se mezclaban con los gritos de Raúl, que me alentaba desde arriba.

El bloqueo cedió con un gran estruendo junto al marchar de los Cascos que entraban esta vez disparando salvajemente. Tal efectividad tuvieron que uno de los disparos dio en la mano de Scaglia haciendo volar el dispositivo por los aires cayendo a metros de nosotros.

Laura me agarró del chaleco…

—Es mi hora…—dijo, y me empujó fuertemente al pie de salida del túnel, levantó el dispositivo del piso y se perdió saliendo en carrera hacia su fatídico destino.

No había tiempo. Intenté alcanzarla, pero sentí un tirón en mi chaleco que me elevó a la superficie. Abajo todo se precipitaba entre explosiones; nadie sobreviviría allí.

Al salir, entre polvo y escombros, vi a mis compañeros arrodillados contra el muro del Cenotafio, manos en la nuca. Aún me sujetaban los brazos por detrás, esta vez torciéndomelos. Alertado, intenté zafarme, y entonces, cerca de mi oído, la voz:

¡Hallo, Detektiv! —La voz de Vaisman electrificó todo mi cuerpo