Desde sus inicios en Toei Animation hasta el éxito mundial de Studio Ghibli, Hayao Miyazaki no solo marcó una época en la animación, sino que también reflejó en sus películas los ecos de su propia historia y la del Japón contemporáneo. Un creador que desafió los límites entre el cine infantil y el adulto, dando vida a universos tan complejos como conmovedores.
Columna: Gino Di Terlizi
Hayao Miyazaki es un nombre que resuena con fuerza tanto en Japón como en el resto del mundo. Más allá de sus éxitos como Mi Vecino Totoro o El Viaje de Chihiro, que incluso superó en taquilla a Titanic en Japón, el director y animador japonés ha logrado algo único: combinar belleza estética, profundidad narrativa y un fuerte arraigo histórico y cultural.
Miyazaki nació en 1941, en un Japón sumido en los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Las experiencias de su infancia, marcadas por la destrucción y la supervivencia, se reflejan en varias de sus obras, como La Tumba de las Luciérnagas, una desgarradora historia ambientada en el conflicto bélico. Su pasión por el dibujo comenzó desde muy joven, influido por pioneros del manga como Osamu Tezuka, el creador de Astro Boy. Este interés lo llevó a ingresar a Toei Animation, donde trabajó en proyectos que sentaron las bases de su carrera.
Aunque muchos lo consideran el “Walt Disney japonés”, la comparación resulta insuficiente. Mientras que Disney ha construido sus historias sobre arquetipos occidentales, Miyazaki adopta un enfoque único, mezclando mitología japonesa, conflictos humanos y dilemas existenciales. Sus personajes suelen ser niños, como en Mi Vecino Totoro, pero sus tramas trascienden las convenciones del cine infantil al explorar temas como la guerra, la ecología, el poder y la identidad.
El estudio Ghibli, fundado por Miyazaki y su socio Isao Takahata, se ha convertido en una referencia mundial. Películas como El Castillo Ambulante y El Viaje de Chihiro destacan por sus tramas introspectivas y simbolismos, que retan al espectador a ir más allá de lo evidente. Incluso en películas aparentemente más sencillas, como Ponyo, se percibe su maestría para capturar la belleza en lo cotidiano.
El legado de Miyazaki no se limita a la animación. Su obra es un puente entre generaciones y culturas, una mezcla de tradición y modernidad que invita a reflexionar sobre la humanidad y el entorno. Si nunca has explorado su cine, comienza con Mi Vecino Totoro o El Viaje de Chihiro. Y para los amantes de las historias profundas, La Tumba de las Luciérnagas es imperdible. Cada película es una ventana al alma de un hombre que no solo hace arte, sino que también cuenta historias que resuenan para siempre.
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