INTRUSA

Inspirada en “La intrusa” de J.L. Borges.

Por Oscar Di Terlizzi

            Está historia llegó hasta mí, primero, como un comentario entre borrachines del club mientras jugaban al truco y luego, de manera más creíble, a través de Moris, que solía ir con el reparto de soda por todo el sur de Rosario y entre cliente y cliente las recopilaba .

            Los hermanos Fermín y Ramón Palma, dos  chaqueños llegados a barrio Las flores siendo muy niños, solían acompañar a su padre, albañil este, cuando necesitaba ayudantes para alguna obra, los pibes, ya jóvenes adolescentes, nunca le escaparon al trabajo duro, pero no era esa la causa que derivó en este relato, sino la qpasión de ambos por el fútbol.

           Era en ese ámbito donde los hermanos demostraron, no solo habilidades para el deporte, como así también gran guapeza para mezclarse de igual a igual con personas mayores que ellos y de arrabales aún más complejos. Eso sí, cada uno por su lado, el mayor tenía un equipo por Saladillo y el otro se juntaba a jugar con unos muchachos de Puente Gallegos. Aunque lo intentaron varias veces, en la cancha no eran compatibles, nunca funcionó, demasiada personalidad de un solo lado del campo de juego.

            En cierta ocasión, Ramón, el menor, al volver del colegio, encontró a Fermín haciendo jueguitos en el baldío contiguo a su casa.

– ¿Esa ? ¿De donde la sacaste? – le dijo, observando la pelota Tango número cinco con la que se entretenía el mayor – ¿A quién se la choreaste?

– La encontré… bueno, algo así…- sin sacar los ojos del balón, le respondió – volvía con la bici por atrás de la cancha de Tiro Suizo y justo, pasó ésta por encima del paredón, creo que a esa hora entrena la primera, así que, papel papel…

– Pasala… dale…- le gritó Ramón mientras dejaba los útiles en el piso.

           La noche los sorprendió tirándose pases largos, sin hablarse y como música de fondo, el ruido casi metálico de la Tango picando sobre la tierra dura, compacta.

            Los días siguientes transcurrieron rutinarios. Por un lado, Fermín y la Tango por el Saladillo y en el otro, Ramón con sus compinches de Puente Gallegos.

            Un sábado a la tarde, el mayor encontró a su hermano en casa, temprano y se percató que no había salido, se extrañó.

– Che…¿Qué pasó?…¿No pierden hoy?- se burló Fermín, que volvía de jugar con sus compañeros.

– No, suspendimos, me avisó el Colo que se descosió la pelota y no hay otra…

 – ¿Cómo que no hay otra?

 – No hay, no te digo… Esa era la del Rata y no tiene arreglo.

           El mayor lo miró, buscó en su bolso y le alcanzó el balón.

– Tomá, andá con esos muertos… eso sí, la cuidan, me la traés sana y engrasada, que bien cara me salió.

            Ramón no perdió tiempo, la puso en una bolsa de mandados, se subió a la bici y enfiló derecho para el lado del puente.

            El tema de ser la única bola para dos grupos distintos con el correr de los días comenzó a generar inconvenientes,”..todos los días te la vas a llevar…”, “… comprate una…”, “…no saben jugar y quieren una Tango…”, hasta que una palabra trajo la otra y el carácter de ambos, los llevó, que a los golpes y agarrándose de las ropas y los pelos del otro, terminen revolcándose en el suelo.

-¡Mocosos de porquería! ¡Otra vez peleando por esa pelota de mierda! – intervino Elva, la madre – ¡Me tienen podrida! ¡No los aguanto más!…La próxima vez se las parto por la mitad y ahí van a tener una para cada uno… tanto lío por ésto…

            Lo que no entendía Elva, es que no era cualquier pelota, se parecía a las otras, pero… era una Adidas Tango, una profesional, como la del mundial, era especial y así se sentía al patearla, de redondez perfecta, con un cuero de calidad, única, esa es la palabra, única, por lo menos para ellos.

             Luego de varios días de abstinencia futbolística, Fermín tuvo una idea, teniendo en cuenta que en los equipos que los dos participaban ya pudieron solucionar el problema de la falta de balón y recordando una deuda que los dos tenían con Cachito, el de las canchas de La guardia, al que le perdieron una pelota y nunca se la devolvieron. La solución estaba a la vista, le daban la de ellos.

         El asunto parecía resuelto, hasta que… Ramón, un miércoles cualquiera, encontró a su hermano, en el terreno de La guardia, el mismo al que él visitaba los martes, listo para entrar a jugar.

– ¿Así que andás todos las semanas por acá? – increpó el más chico.

– Si, igual que vos, o te crees que no me di cuenta…- contestó el otro.

        Luego de un instante de silencio siguió:

– Ahora lo hablo al Cacho, cuando terminen de jugar la llevamos de vuelta, después arreglo con él, sino vamos a gastar más en cubiertas para las bicis, que lo que vale la Tango – dijo y los dos rieron.

            De esa forma lo hicieron, uno la llevaba al Saladillo, el otro a Puente Gallegos, como al principio, así transcurrió un tiempo, los dos sentían lo mismo, era de uno, pero en realidad era del otro y al final no era de nadie.

         Fermín, siempre tuvo en claro el rol de mayor y decidió tomar el toro por las astas, con la pelota sobre la mesa junto a la cuchilla de cocina encaró a su hermano.

– Mirá loco, así no podemos seguir, al final no es tuya ni mía, o la corto por la mitad como dijo la mami o…

– ¿O qué?…

– O armamos un equipo, acá en Las Flores y los dos somos dueños…¿jugamos juntos?… ¿qué decís?

      El menor miró la cuchilla, el balón y luego al hermano…los dos se sonrieron y se dieron la mano.

– Está bien, pero al arquero, lo elijo yo.