En el año 2048, Nueva Rosario se encuentra en una tensa calma. Un detective regresa a la ciudad tras años de autoexilio para ayudar en una investigación de asesinatos en aumento. Junto al fiscal Omar Lavizzini, se enfrenta a un caso que amenaza con desestabilizar la frágil paz lograda tras años de lucha.
Por SETTIMO
01 — L1 — El hallazgo
El sonido hacía temblar las paredes cuando el monorriel pasaba furioso muy
cerca de la ventana del cuarto del hotel, sus pasajeros con sus caras
desfiguradas por la velocidad intentaban de alguna manera descubrir el interior
de mi cuarto. Me causó gracia.
La llegada a esta ciudad a la que nunca me imaginé volver fue distinta.
Desde que me autoexilié, los años y los acontecimientos la habían cambiado
profundamente, la ciudad a pesar de su modernidad se había aplanado en su
cotidianeidad, la gente se encontraba en una especie de somnolencia
abrumadora, dormida casi sin vida.
Allá por el 2015, cuando todo cambió desde la vieja Europa y sembró su
locura por el mundo, no sabíamos lo que se avecinaba. La historia volvía a
repetirse armando el combo perfecto ayudado por la globalización que esta vez
insolentemente lo cambió. Pero la ahora Nueva Rosario siempre trató de
mantener su modelo imaginario, su arquetipo característico que marcaba su
idilio embriagador hacia la libertad. Luchó por ello demasiados años y le costó
muchas vidas hasta lograr la paz. Ahora en 2048 se encuentra nuevamente
inestable y debilitada azotada por un vendaval de acontecimientos que se
venían sucediendo.
Cuando recibí la carta del Concejal pidiendo ayuda me alegró en algún
sentido volver, pero me trajo recuerdos que se habían escondido muy dentro
mio. Una vida anterior salía a la luz y mis años de terapia se esfumaban. El
querer evitar que algún suceso se volviera a repetir, obligaba a colocarme
como en años atrás en una posición vigilante, completamente alerta y una
ansiedad desbordante. No me gustaba y temía que me afectara en la tarea
laboral para la que me habían llamado.
El reloj marcó las 6:30 de la mañana y bajé para desayunar, allí me
esperaba el Fiscal Omar Lavizzini con miles de papeles desparramados en la
mesa mezclados con migas de pan y azúcar. El caso nos tenía muy preocupados, el tema de los asesinatos iba en
aumento y cada vez con más saña.
Me acerque:
—¿Alguna novedad?—le dije mientras tomaba un bizcocho.
—Buenos días ¿no, Detective?… —Miró serio por sobre sus lentes.
—Buenos días, perdón… ¿tenemos algo?
—Nada por ahora—contestó fastidioso—, el informe del forense llegará
recién mañana. No nos están dando bola con esto, no les interesa.
—¿Desidia o dejadez?—le pregunté.
—Las dos cosas—dijo suspirando—, la combinación perfecta para destruir
un seguimiento y todo quede en la nada. Sus movimientos con los papeles eran exagerados, en un momento se frenó
en seco.
—¿Desayunaste? —dijo y miró nuevamente por sobre sus lentes mientras
me comía otra pieza—. Ahí en el centro
de mesa tenés más, se ve que estás con hambre.
Tomé otra… ahora con su consentimiento.
—¿Tu apellido es italiano no?—me dijo mientras llenaba formularios y reía.
—Sí, glup… del sur meridional—le hablé medio atragantado—, Calabria.
—¿Algo que ver con el arquitecto?
—No, nada. ¿Porque me pregunta?
—Solo curiosidad.
Su móvil replicó muy fuerte con un tono muy particular, no le di importancia. Al atender su cara se empezó a desfigurar rápidamente.
—¿Otra más?—le dije. Asintió con la cabeza mientras preguntaba dónde
había ocurrido.
Omar llevaba 25 años de trabajo en la justicia, tenía experiencia y sabía que
en estos casos debía moverse con cautela, pero esta vez lo notaba muy
desconcertado, una mezcla de rabia y angustia invadía su cuerpo, tal vez el
hecho de tener hijas adolescentes lo mantenía fuera de sí. Él también lo había
sido en algún momento y lo sufrió todos estos años.
—Es en la plaza Libertad.
—Eso es cerca del último hallazgo —afirmé.
— ¡A 10 cuadras! Se ve que dejan los cuerpos en las plazas para que las
encontremos los muy hijos de puta, buscá el aeromóvil que ya salimos—me ordenó impaciente.
El viaje fue corto y en silencio, nos encontrábamos relativamente cerca.
Al llegar al lugar la plaza estaba vallada con unos cuantos oficiales municipales y Cascos supervisando con cautela la escena. Aproximándonos al sector se notaba un montículo de hojas secas y tierra en el
que se divisaba el cuerpo aparentemente de una mujer con escasas ropas y de
espaldas.
Ahora, más cerca, se marcaba el salvajismo del cual veníamos observando
en los casos anteriores. Omar tomó distancia para que pudiera acercarme.
El sol ocre de la mañana se mezclaba por entre las ramas acariciando el
cuerpo de una joven mujer en un dantesco escenario.