En el marco de la conmemoración del 27 de Febrero, el cuento de Oscar Di Terlizzi nos transporta a un aula del sur rosarino, donde una estricta pero justa docente brinda a sus alumnos una última oportunidad para mejorar sus calificaciones en historia. A través de un relato dinámico y con un giro inesperado, la historia resalta la importancia de la educación y cómo la motivación puede surgir de los lugares más inesperados.
En aquella escuela del sur rosarino, la “señorita” María Cristina González de Etchegoyen, tenía bien ganada la fama de estricta, “pero justa”, agregaba ella. La historia Argentina era su “metier” y se esforzaba mucho en inculcarla.
Llegando junio a su final y con las notas por cerrar, les dió una oportunidad a los más “flojitos” de aquel séptimo, de terminar el bimestre de mejor forma. Para ello, preparó un cuestionario oral con el tema, “vida y obra del general Belgrano”. Cinco chicos conformaron aquel grupo. Una pregunta, a la medianamente aplicada, dos a los siguientes y tres al más rezagado, eso era lo planificado. Una alumna fue la primera en ser interrogada.
-A ver querida…¿Cuándo y dónde nació el general Belgrano?
-3 de junio de 1770 en Buenos Aires señorita. -contestó.
-¡Muy bien! Sentate, el bimestre próximo, esforzarte un poquito más para no llegar a ésto – le espetó.
Luego de la chica, siguió interpelando uno a uno a los otros, aumentando el grado de dificultad a cada interrogatorio. Todos salieron airosos, y así, llegó el último…
-Rodrigo Giménez… – llamó çon cierto escepticismo – querido…vos venís de mal en peor… Para Güemes no estudiaste nada, no sabías ni de dónde era, nada… Te doy una oportunidad porque soy justa, si se las di a los demás, a vos también. Pero… tres preguntas…
– Bueno seño, gracias. – contestó el chico – Está vez, estoy preparadísimo – agregó con énfasis – pregunte lo que quiera y va a ver.
A lo dicho por el alumno, los compañeros lo acompañaron con algunos vítores y risas espontáneas.
La docente, aunque desafiada, sintió curiosidad por saber, hasta dónde llegaron los esfuerzos del joven.
“La primera se la hago mediana, para ver qué tan preparado está”, pensó.
-¿Veamos?…¿Nombre completo del general?
-Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano. – Contestó con prontitud.
Se hizo un silencio en el aula.
-¡Bien!… – atino a decir ella. – Espero que no haya sido de casualidad – siguió, ante el murmullo que se instalaba. – Vamos con la segunda, que ya viene el recreo…¿Quién fue el médico que lo acompañó en su lecho de muerte?
Todas las miradas fueron con el muchacho, que mantenía una actitud de total seguridad.
-Su médico personal fue el doctor Joseph Redhead pero… en el momento de morir, estuvo con el doctor John Sullivan.
-¡Bueno, bueno! – frenó la docente a los chicos que vivaban a Rodrigo – ¡Ya está! ¡Cálmense!…¡No estamos en la cancha!… Vamos por la última, que nos tenemos que ir. A ver nene…¿Quién…junto al general Belgrano, izó la bandera por primera vez?
Mientras preguntaba, se cuestionó si no era suficiente. Era clarísimo que el chico estaba preparado. A la vez, se sentía provocada y respondía a ello.
-El veinte de junio de 1812 a orillas del río Paraná, fue izado por primera vez el pabellón patrio y lo realizó el general junto a Cosme Maciel, vecino del lugar, señorita – contestó el muchacho con gran convicción.
¡Y dale mona, dale, dale mona…!, le cantaban los compañeros en medio de las felicitaciones y ante la pasividad cómplice de la maestra, que se estaba enterando del apodo de Rodrigo.
-Decime una cosa querido…¿Desde cuándo sabés tanto de historia vos? – le dijo mientras plasmaba la nota aprobatoria en una libreta.
– Sabe qué pasa seño, mí familia y yo somos cordobeses, vinimos a Rosario cuando era muy chiquito, pero siempre fui del pirata, – le dijo mostrándole la mochila, con el escudo del club Belgrano de Córdoba, “el pirata cordobés “, decía una inscripción – …y mí mamá vive repitiendo, ”si querés tanto a tu club, demostralo estudiando todo lo que tenga que ver con el origen del nombre “, así, aprendí tanto del general.
La mujer despidió a la clase con un saludo cordial y se quedó con una reflexión que alguna vez, le escuchó a una compañera, “todos los caminos que conducen a la educación, son buenos“.