El dolor como experiencia social, personal y política: una mirada médica y humana

En una nueva columna de salud del Dr. Juan Carlos Singereisky, el médico especialista César Dip reflexionó sobre el dolor como fenómeno complejo, su abordaje en contextos de crisis y las formas en que impacta la vida cotidiana. Desde la consulta clínica hasta el vínculo entre cuerpo, emociones y entorno, una charla sin eufemismos sobre lo que nos duele.

Durante una conversación profunda y extensa, el Dr. César Dip abordó el tema del dolor desde una perspectiva integral, reconociéndolo no solo como un síntoma físico sino como una experiencia que atraviesa la historia, la cultura y las condiciones materiales de vida de cada persona. Citando al periodista William James, César Dip recordó que “nada nos es más inevitable que el dolor”, señalando que este está presente en todas las etapas de la vida, desde el nacimiento hasta la vejez.

En esa línea, remarcó que el dolor es vivido y expresado de manera distinta por cada persona, influenciado por la edad, el género, la historia personal y el contexto social. “La experiencia del dolor cambia. El mismo episodio doloroso a los 15 años se siente diferente a los 40 o a los 60. No solo por el cuerpo, sino por el modo en que lo interpretamos”, explicó.

César Dip hizo hincapié en que el entorno social, económico y político también condiciona la manera en que sentimos y procesamos el dolor. “En el contexto actual, con gente que se queda sin trabajo, que no llega a fin de mes, que pierde la cobertura de salud, el ánimo se deteriora y eso impacta en la percepción del dolor”, señaló. La crisis no solo genera angustia, dijo, sino que agrava los cuadros físicos y aumenta la demanda sobre el sistema público de salud, ya de por sí colapsado.

Además de lo económico, el médico se refirió al impacto emocional de un clima social enrarecido, donde se entremezclan la incertidumbre, el miedo a la violencia y las tensiones políticas. “Yo trabajo a una cuadra de una sinagoga y vuelven a preguntarme si soy judío. Todo eso duele, aunque no duela el cuerpo. Uno dice ‘me duele verlo’, y no es metáfora. Hay un dolor real, que se manifiesta en el cuerpo aunque no haya lesión”, explicó, aludiendo al dolor psicosomático.

Desde su práctica diaria, remarcó que el tratamiento del dolor debe ser siempre individualizado, y que no hay una única forma de abordarlo. “Cuando me preguntan qué tipo de dolor trato, siempre contesto lo mismo: el tuyo. Porque cada consulta es una historia distinta. No se puede generalizar”, dijo. Y en ese contexto, criticó duramente la falta de empatía que aún persiste en algunos sectores del sistema de salud. “La empatía no es ponerse en el lugar del otro, porque eso es imposible. Es tener la sensibilidad suficiente para saber que esa persona que tenés enfrente está sufriendo de verdad y que para ella ese dolor lo es todo”, afirmó.

Según detalló, el dolor articular es la consulta más frecuente, sobre todo en pacientes mayores, pero también crecen los casos de fibromialgia, un diagnóstico históricamente invisibilizado y maltratado. “Estoy cansado de que los pacientes con fibromialgia me digan que los trataron de locos. Decirle a alguien que lo suyo es ‘todo psicológico’ o que se lo está inventando es de una crueldad enorme. Los médicos deberíamos tener mucho más cuidado con el peso de nuestras palabras”, reclamó.

También abordó el impacto del trabajo precario y excesivo en la salud física. “La gente trabaja 12, 14 horas por necesidad. Tiene dolor de espalda, de cuello, de hombro, y uno no puede decirle simplemente ‘trabajá menos’, porque no puede. Entonces hay que acompañar, orientar, cuidar, sin juzgar. Eso también es medicina”, expresó. En ese sentido, destacó el concepto de “banderas amarillas” que utiliza la medicina del dolor en otros países: señales no clínicas pero determinantes, como las condiciones laborales o sociales que dificultan la recuperación de una persona.

Durante la charla, también se cuestionó la naturalización del sufrimiento. “No tenemos que sufrir para estar mejor. El dolor es inevitable, pero el sufrimiento no. No hay ninguna razón para justificarlo”, sostuvo Dip, diferenciando entre el malestar inevitable de la vida y la carga simbólica o cultural que muchas veces se impone desde ideas religiosas o morales que promueven el sacrificio como virtud.

Por último, al ser consultado sobre si un momento de disfrute —como compartir un vino y un choripán con amigos— puede aliviar el dolor, respondió: “Sin dudas. Si para vos es una actividad que te alegra, que te conecta con otros, que te entusiasma, claro que sí. Todo lo que nos hace bien también sana”.

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