Trabajadores del Centro Cultural Hermes Binner denuncian despidos, precarización y vaciamiento de las políticas culturales
La escena se repite una y otra vez: trabajadores y trabajadoras de la cultura que, luego de años de sostener proyectos, quedan fuera del sistema sin explicaciones claras. Esta vez, la noticia se instaló en Pueblo Esther tras el despido de Guadalupe Fernández, figura central en el Centro Cultural Hermes Binner, quien se negó a firmar un contrato por seis horas semanales y un pago mensual de $160.000 para seguir coordinando la Escuela de Música, tarea que demanda más del triple de horas y compromiso.
El despido de Guadalupe Fernández, gestora cultural con años de trayectoria, encendió la alarma en el Centro Cultural Hermes Binner. Pero la situación viene de larga data: contratos precarios, maltrato institucional, falta de reconocimiento profesional y una aparente intención de reemplazar proyectos comunitarios sostenidos con esfuerzo por nuevos talleres sin continuidad ni sentido formativo. “No solo nos echan a nosotros: dejan sin oportunidades a decenas de pibes que encontraban en la música un lugar de pertenencia”, denuncian.
El hecho, sin embargo, fue solo el disparador. El conflicto expone una crisis estructural en el área de Cultura de la Municipalidad: contratos irregulares, salarios que no alcanzan, promesas sin cumplir, y una lógica de gestión que desarticula los espacios en lugar de potenciarlos. Todo eso convive en un lugar que, hasta hace poco, era referencia regional por su propuesta inclusiva y formativa en arte y música.
Una decisión sin diálogo
“Me ofrecieron un contrato que no reflejaba ni el tiempo ni la responsabilidad que implicaba coordinar la Escuela de Música. Era evidente que no se podía sostener. Me negué, y no hubo instancia de diálogo: directamente me comunicaron que no me renovaban el contrato”, cuenta Guadalupe Fernández.
La Escuela de Música que ayudó a construir y coordinar fue, hasta hace un año atrás, un semillero cultural con más de 130 alumnos y alumnas, distribuidos en distintas disciplinas musicales. Había talleres de batería, guitarra, violín, canto, percusión, piano, instrumentos de viento y ensambles grupales. La propuesta, que incluía seguimiento pedagógico y trabajo territorial, logró acercar la formación musical a barrios enteros de la ciudad.
“El proyecto era más que dar clases: organizábamos horarios, formábamos grupos, trabajábamos con las familias, gestionábamos materiales e instrumentos, pensábamos propuestas para todo el año. Era un espacio vivo”, describe Guadalupe. “Y ese trabajo no se reconoce. No se valora. O peor: se castiga”.
“Yo hace 19 años que trabajo en el Centro Cultural”, cuenta Maximiliano Mansilla, profesor de música y el único docente que forma parte de la planta permanente municipal. “El resto de los profes están todos contratados como monotributistas. No tienen vacaciones, no tienen aguinaldo, no tienen licencias. Si se enferman, ese día no se cobra”.
Durante la entrevista, junto a Guadalupe y el también docente Gastón Arias, relatan que la precarización es una constante que se viene profundizando. El año pasado, muchos de ellos quedaron sin contrato en enero, sin notificación previa. El centro cultural cerró y ninguna propuesta artística llegó a los barrios durante el verano.
“No solo quedamos sin sueldo —remarcan—. Lo más grave es que se interrumpieron proyectos fundamentales para chicos y chicas que encontraban ahí un espacio de contención, de expresión, de pertenencia” manifestó Maximiliano
Educación, no entretenimiento
“Hay una idea instalada de que el área de Cultura es para entretener”, dice Mansilla. “Pero lo que hacíamos en el Centro Cultural era educación artística pública y de calidad. Trabajábamos con contenidos, planificaciones, articulaciones. Y eso requiere continuidad, presupuesto y decisión política”.
Guadalupe lo resume con claridad: “No somos talleristas por hobbie. Somos docentes, músicos, formadores. Lo que hacíamos era serio. Y además, exitoso. Teníamos lista de espera en varios talleres, convocábamos a chicos de todos los barrios. Es un sinsentido que eso se destruya”.
El mapeo que visibilizó el alcance
A principios de 2023, el equipo del área de música realizó un mapeo territorial para mostrar el alcance del proyecto. Barrio por barrio, identificaron a los más de 130 estudiantes que asistían semanalmente a clases. “Era una herramienta pedagógica, pero también una muestra del impacto social. Teníamos estudiantes que compartían instrumento en distintos puntos de la ciudad. Era un tejido real de comunidad”, explicaron.
Ese mapeo fue una de las últimas acciones antes de que la mitad de los profes fueran desvinculados. “No fue casual. Empezaron a desarmar desde adentro, sin justificar por qué. Cuando pedimos viáticos para quienes venían de Rosario, nos dijeron que no había plata. Pero mientras tanto veíamos cómo entraban otras personas por acomodo político”, denuncian.
La trampa de la “reestructuración”
En la reunión donde Guadalupe fue informada de su desvinculación, la palabra más repetida fue “reestructuración”. Pero cuando pidió detalles sobre esa supuesta reorganización, nadie supo explicar de qué se trataba. Ni la Secretaria de Políticas Sociales, Natalia Miguéz, ni el Intendente Martín Gerardi, dieron respuestas claras.
“Reestructuración es la excusa para desarmar el equipo. Para vaciar lo que funciona. Y para meter a personas nuevas sin experiencia, ni vínculo con el proyecto. Es un reemplazo disfrazado”, asegura Fernández.
El ensamble resiste
Uno de los proyectos más valiosos del Centro Cultural es el Ensamble Musical, una propuesta grupal que reunía a estudiantes de distintos instrumentos en una formación colectiva. Hoy, ese ensamble sobrevive por decisión de los alumnos y un puñado de profes, pero sin los docentes específicos para varios instrumentos.
“Ya no tenemos profes de viento, de cuerdas graves, de piano. Aun así los chicos siguen viniendo. Ensayamos igual. Pero no sabemos cuánto más vamos a poder sostenerlo”, lamenta Mansilla.
El próximo 5 de octubre fueron invitados a participar de un encuentro regional de ensambles. “Queremos ir, queremos representar al pueblo. Pero necesitamos apoyo institucional. Hoy no lo tenemos”, afirma.
La Escuela de Música no solo enseñaba a tocar instrumentos. Era un acceso a derechos culturales, educativos y sociales. Varios alumnos lograron ingresar al profesorado de música en Rosario o a otras carreras universitarias gracias al trayecto formativo recibido en el centro cultural.
“Cuando un pibe aprende a tocar un instrumento, a ensayar en grupo, a estudiar, a presentarse en una muestra, está construyendo ciudadanía. Está ganando autoestima, vínculo, comunidad. ¿Qué pasa ahora con esos pibes?”, se preguntan.
¿Qué se viene?
Por ahora, el panorama no es alentador. El ensamble continúa por iniciativa propia. La Escuela de Música quedó desarticulada. Y una nueva convocatoria de talleristas desde el Municipio parece confirmar el rumbo de reemplazar contenidos formativos por propuestas más ligeras y discontinuas.
“Nosotros queremos volver a hablar con el Concejo. En su momento acompañaron. Ahora, sin mayoría oficialista, tal vez haya más espacio para escuchar. No estamos reclamando solo por nuestros puestos de trabajo. Estamos defendiendo una política pública que le cambia la vida a las personas” afirmó Guadalupe.
“Esto no es solo por nosotros. Es por todos los chicos y chicas que se quedaron sin profes, sin talleres, sin oportunidades. Y por un pueblo que merece tener cultura, arte y educación pública como derecho, no como favor”, concluyó.
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