La bayoneta del nono

Por Oscar Di Terlizzi

Aquel ocho de julio del setenta y cuatro, dejó en mi memoria una marca imborrable, como una cicatriz. Ese día, falleció Dorotea di Filippo, la última sobreviviente de mis cuatro abuelos. Ella logró en mí, algo que no se repite con los otros tres, tengo el recuerdo preciso de su fecha de defunción. Probablemente sea la cercanía con mi cumpleaños, una semana después, no sé…

    Dicen que lo primero que uno olvida de las personas, es su voz. Si bien,en este caso también se aplica, a la “nonna” la recuerdo en aquellos domingos que almorzábamos en su casa. Ella se tomaba el tiempo necesario para lograr el punto exacto de sus ravioles y ante el apuro de los más chicos salía con su “piano, piano se va a lontano…”. Luego, con una sonrisa cómplice, sacaba algún salamín casero de la heladera; para calmar a los leones, decía. Los sabores de sus comidas domingueras no llegaron a dejarme la huella que si lo hicieron sus costumbres y expresiones.

    Ese ocho de julio fue la primera y única vez que vi llorar a mi padre, el ser expresivo no era su fuerte. Asumo que las penurias pasadas, tanto por él como por muchos inmigrantes, les crearon ese caparazón difícil de franquear. Una vez llevado el cuerpo al cementerio al día siguiente, la familia decidió reunirse de inmediato en la casa. El grupo era bastante nutrido y muy bullicioso. Mi papá tenía tres hermanos y cada uno de ellos, mujer e hijos. La tarea era un poco engorrosa pero en algún momento tiene que hacerse, nos dijo mi madre. Los adultos decidían objeto por objeto que encontraban, qué destino tendría. Los pocos artículos de valor, eran disputados sutilmente por cada uno de los presentes y los otros desechados en unos baúles viejos para sacarlos a la calle. El asunto se sabía que sería lento, por lo que se decidió realizar “la pasta” como lo haría la nonna y tomarnos toda la jornada para la tarea. Mi madre y la tía Juana tuvieron la difícil tarea de hacerla al dente, como lo hacía ella,

Lo cierto es que a los nietos varones nos aburrían bastante estos quehaceres y decidimos, impulsados por los mayores, alejarnos al patio para dirimir nuestros propios intereses. La disputa mayor entre nosotros, surgió por un único elemento, la “bayoneta” del nonno. Sabíamos que la abuela la guardaba en el ropero casi, como un tesoro. El abuelo Lorenzo, con catorce años, fue combatiente  en la primera guerra mundial y, vaya a saber cómo, se trajo de souvenir su arma. Los auto postulados a hacerse acreedores del dicho elemento fuimos: dos de mis primos, mi hermano y yo. Todos queríamos ese puñal con el cual el abuelo seguramente, “se habría cargado a unos cuantos enemigos”, según nuestras mentes aventureras. Los cuatro esgrimimos razones suficientes para hacernos acreedores de semejante trofeo. Ante la imposibilidad de un acuerdo razonable decidimos hacer distintas competencias pseudo deportivas, para ver quien se llevaría el premio. Saltos en largo, torneo de penales, carreras de esquina a esquina. Todo se tornaba reñido, cada uno proponía una actividad en la que se sabía superior. En un momento de discusión, salió mi tío Donato al patio, a fumar un Benson. Ustedes peleándose acá y en la esquina están las hijas de don Fermín jugando en la vereda, nos dijo con tono pícaro y siguió: escuchen y aprendan, “todo bicho que camina, va a parar a mi colchón”, recitó emulando al Martín Fierro. Algún día van a entender, nos dijo. En el momento no comprendí la frase pero me reí igual que los otros, que eran un poco más grandes.

Entren a comer, anunció la tía Lidia, la mesa está puesta. El alboroto habitual de la familia reunida, no denotaba la muerte de la abuela días anteriores. Mi mamá y la tía Juana, aparte de cocinar, hacían las veces de mozas y se disponían a servir. A ver los chicos, traigan los platos, avisó mi madre. ¿Cómo los chicos ? ¿Y lo que decía el viejo? Se miraron entre los cuatro hermanos y largaron a coro, la vieja frase del abuelo, de cuando ellos eran muy “bambinos” y la familia muy pobre . “En esta casa, primero mangia il cavallo, perqué sino…¿Cóme trabacamos?”. Nos reímos todos al recrear el rudimentario castellano del nonno. Por supuesto, las mujeres nos sirvieron en primer lugar, así almorzábamos rápido y nos íbamos a jugar afuera, según órdenes de mi tía Lidia.

   Entre plato y plato los primos decidimos decirle al tío Carlos que indique él, que no era padre de ninguno de nosotros, quién era el indicado para quedarse con el valioso objeto que disputamos “¿Cuál ? ¿La bayoneta? ¿Por eso se peleaban? “, nos dijo riéndose fuerte, como era su costumbre. “Alpiste fuiste, chicos, la bayoneta la vendió la abuela el año pasado para comprarse la Noblex siete mares, así que…”