La Forestal: el imperio del quebracho y la historia oculta del norte santafesino

En diálogo con Radio Enlace, el profesor e historiador Raúl Ruiz relató con precisión y detalle los orígenes, el desarrollo y las profundas consecuencias sociales de La Forestal, una de las empresas más emblemáticas de la historia argentina.

Pocas veces un fenómeno económico deja una marca tan profunda en el territorio, la cultura y la memoria colectiva de una región como lo hizo La Forestal en el norte de Santa Fe. En el Día del Bombero, y como parte del ciclo de charlas históricas en Radio Enlace, el profesor Raúl Ruiz se sumergió en el pasado de esta poderosa empresa de capitales británicos que, entre fines del siglo XIX y mediados del siglo XX, moldeó pueblos enteros a fuerza de explotación forestal, poder económico y un régimen social casi feudal.

La historia comienza en 1897, cuando Harteneck, un alemán de unos 25 años —“no se sabe si aventurero o enviado por intereses británicos”, según Ruiz— exploró el norte santafesino y detectó la riqueza del quebracho colorado, árbol nativo extremadamente resistente y valioso por su altísimo contenido en tanino, sustancia clave para la industria del curtido de cuero.

Pero el origen de esta trama se remonta aún más atrás. En 1862, la provincia de Santa Fe tomó un préstamo de capitales ingleses para fundar el Banco Provincial. Con los años, la deuda se volvió impagable. La salida: pagar con tierras. En 1881, mediante decreto, se cedieron 1.800.000 hectáreas a compañías británicas. Un millón y medio se destinaron luego a la explotación del quebracho.

Con el avance de la industria, en 1898 se instala la primera fábrica de tanino, y poco después se funda formalmente La Forestal Land, Timber and Railways Company Limited. Desde entonces, comenzó una expansión voraz que, hacia su pico máximo, llegó a controlar más de 2.700.000 hectáreas, incluyendo los departamentos santafesinos de Vera, General Obligado, parte de San Justo y el sur del Chaco.

“Todo lo que se producía —explicó Ruiz— se exportaba. El tanino era enviado a Inglaterra. Acá muy poco se utilizaba en ese entonces. La Forestal era un enclave colonial en pleno territorio argentino.”

La fábrica que fundó pueblos

La magnitud de la empresa fue tal que generó el nacimiento de pueblos enteros. Villa Guillermina, Villa Ana, La Gallareta y Tartagal surgieron de la mano de La Forestal, que no solo explotaba el quebracho: construía puertos, ferrocarriles, fábricas, viviendas y proveedurías. “Desde un punto de vista, puede pensarse como un motor de desarrollo. Pero si se observa más de cerca, se revela el costo humano de ese progreso”, advirtió Ruiz.

En su apogeo, La Forestal llegó a emplear a más de 20.000 trabajadores. Su estructura laboral era profundamente jerárquica: en la base estaban los obrajeros, aquellos que vivían y trabajaban en el monte. Hacheros, carreros, bolleros, acopiadores. Un escalón más arriba, los obreros de fábrica: cocinadores, serradores, peones. En la cima, los empleados administrativos y jerárquicos, muchos de ellos ingenieros, contadores y contratistas de capital británico.

Entre los nombres propios vinculados al control económico de la compañía aparece, llamativamente, Martínez de Hoz, un apellido repetido a lo largo de la historia argentina, desde la Revolución de Mayo hasta los años más oscuros del neoliberalismo. “Es como un karma que vuelve”, ironizó Ruiz.

Una vida en el monte

El relato del profesor Ruiz se vuelve crudo al describir las condiciones de vida de los obrajeros. “Vivían en el monte, lejos de todo. Algunos hacían sus ranchos, otros dormían con un poncho al aire libre. Había víboras, enfermedades, mosquitos. Las condiciones eran miserables.”

La Forestal instaló un sistema que hoy se entendería como perverso: pagaba a sus trabajadores con fichas o monedas que solo podían canjearse en los propios almacenes de la empresa. “La plata volvía a la Forestal. Era un circuito cerrado que generaba endeudamiento permanente. A veces, las fichas eran simplemente latas con inscripciones como ‘vale por un kilo de carne’. No existía el efectivo.”

El agua potable llegaba una vez por semana. La comida, también. Cuando se acababan, los obreros debían sacar agua de charcos. “Era una vida que hoy nos cuesta imaginar. Pero era la norma. Muchos trabajadores, reclutados en Corrientes, Santiago del Estero o el norte de Santa Fe, jamás volvían a sus casas. Formaban familias allí, en ese contexto de absoluta precariedad”, narró el profesor.

Los quebrachos, inmensos —“algunos de hasta un metro de diámetro”— eran transportados en carros tirados por bueyes hasta las playas de acopio, donde se cargaban en trenes hacia las fábricas. Todo el proceso, desde el árbol hasta la exportación del tanino, estaba bajo control de la Forestal.

Sociedad estratificada y control social

Mientras los obrajeros vivían en condiciones infrahumanas, los empleados administrativos accedían a beneficios impensados: viviendas con servicios, actividades recreativas, bailes, peluquería. Pero el acceso era restringido. “Un obrero no podía entrar al baile de los empleados. La jerarquía social era estricta y controlada”, explicó Ruiz.

La Forestal no solo explotaba recursos: controlaba la vida misma de miles de personas. “Era Estado, patrón, juez y policía. La moneda era suya. Las escuelas, suyas. Las casas, suyas. El pan, su precio. Era una república aparte dentro de la Argentina.”

Esta radiografía se completa con la dimensión política. La Forestal operó con impunidad, gracias a la connivencia del poder local y nacional. Su retirada, décadas después, dejó pueblos devastados, tierras agotadas, infraestructura inutilizable y una herida social que aún sangra.

Historia viva

El profesor Raúl Ruiz cerró su intervención con una invitación: “Tenemos que recorrer esos lugares, conocer esa historia. Está ahí, muy cerca, y forma parte de nuestra identidad como santafesinos. No podemos entender el presente sin saber de dónde venimos.”

En un país acostumbrado a repetir errores, la historia de La Forestal es un espejo. Uno incómodo, pero necesario. Porque entre los quebrachos talados, las fichas de lata y los durmientes de ferrocarril, se esconde una lección que aún no terminamos de aprender.

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