Por Settimo
Durante la nefasta celebración pro-germana en New Dogos, Fernando, se inmola para vengar a su madre atacando a Gabriel von Vaisman y su grupo como hombre-bomba. La explosión termina con la vida de; Verónika Sabiche, la esposa del embajador; y de Marcos, nuestro fiel asistente; hiere a varios presentes y desata el caos.
Salvados por Scaglia, el detective pierde el conocimiento tras ver la sonrisa cínica de Vaisman atendido dentro de la ambulancia.
12 — L1 — Encuentro
Oscuro… todo estaba oscuro, mis ojos se esforzaban para divisar algo. Lo último que recordaba era la sonrisa de Vaisman y que mi visión se fue después de un gran golpe.
De a poco comencé a sentir cómo mi cuerpo se restablecía, quise pararme pero me fue imposible, mis manos y pies se encontraban atados a una especie de silla o banqueta. La bolsa de tela que cubría mi cabeza permitía vislumbrar una pequeña luz. Intenté hablar a pesar de la mordaza. La situación hizo que comenzara a jadear tratando de emitir algún sonido para que alguien me escuchara, no encontré respuesta, solo escuché mis ruidos. No sé cuánto tiempo pasó, pues creo que perdí el conocimiento varias veces. Sentí una puerta abrirse y unas voces de dos o más hombres entraban al cuarto.
—Déjenlo ahí junto al otro…, tal vez se recupere, este tipo es más duro que un adoquín.
Sentí un cuerpo caer y quejarse al lado mío, reconocí que era Andrés.
Al notar que se retiraron, con la ayuda de mi lengua pude zafar de la mordaza y traté de hablarle.
—Negro, ¿dónde estamos? —pregunté susurrando sin recibir contestación. —¡Ey, Negro!…, ¿sabés dónde estamos?—repetí—. ¡Che! —grité esta vez.
—¿Eh, que pasa? ¿La puta madre, por que gritás? —contestó convaleciente Andrés—, me duele cada centímetro del cuerpo pero no quedé sordo, ¿sabés dónde nos encontramos?—preguntó.
—¿En serio?…—le dije bufando—, vos sos el que venís de afuera. ¿Qué es lo que viste?
—Lo único que sé, es que tengo el vientre que me estalla, como si me hubieran intervenido quirúrgicamente.
—¿Podés ver, Negro?
—Nada, tengo los ojos vendados. Recuerdo que estábamos en del bar y ¡pum!, se apagó la luz. No tengo noción del tiempo, pero siento que pasaron días, estoy como narcotizado, y no me gusta una mierda estar así, no tengo reacción.
— ¿Los que te trajeron…, pudiste escucharlos?
—Muy poco—dijo.
Mis sentidos no respondían normalmente, creo que me mantuvieron dormido por mucho tiempo. Lo que si sabía era que no nos tenían los Cascos, algo no me cerraba. Lo ultimo que recuerdo es ver a Scaglia, en el callejón y a Andrés con una estaca en su estómago casi desangrándose. La situación me intrigaba, de alguna forma no me sentía prisionero.
La puerta volvió a chirriar y escuché pasos, tres o cuatro personas a mí entender.
—¿Caballeros, estáis bien?—. Sonó una voz con un acento español.
—¿Quiénes son ustedes? —gritó el Negro—. ¿Acaso saben quién soy?
—Pues, lo sabemos, alcalde, mas no estáis en posición de dar órdenes; descansad. Después de salvaros la vida al quitaros esa estaca de vuestro cuerpo, debería agradeceros.
—¿Por qué nos tienen así, en dónde estamos?—les pregunté.
—De seguro habéis de estar mejor con nosotros que con los Cascos, mas por ahora continuaremos hablando de esta manera; nuestro protocolo os mantiene vivos.
—¿Nos mantienen drogados y nos dice que estemos tranquilos? ¡¿Cuanto tiempo pasó desde la explosión del bar?! —El negro comenzó a gritar otra vez a su estilo.
—Repito, vuestras vidas ya no corren peligro. ¡Calmaos, hombre! ¡Y dejad de berrear como un niño! y os compondréis más pronto. Nueva Rosario está ahora totalmente intervenida por La Orden del Cono Sur. Su poder, alcalde, ha caducado, y han elegido para el puesto interino a su Ministro de Defensa, Raúl Grande.
—¿Raúl? ¡Es imposible, es mi mano derecha, con él luchamos años para obtener lo que conseguimos!
—Tranquilo, tenemos informantes que mantiene un nexo con nosotros, ya saben que estáis aquí. Su desaparición en el bar es la noticia en todos los putos portales de la ciudad y el Cono Sur, nuestro deber ahora es protegeros.
—Alcalde, quedesé tranquilo. —Se escuchó una voz de mujer.
—Va a estar bien. —se sintió de otra.
—¡¿Ustedes?!…—respondió Andrés reconociendo las voces.
Pude desligarme de las ataduras y de un sacudón me quité la bolsa que cubría mi cabeza, allí se hallaban Las Adrianas, uno de los guardaespaldas de Scaglia y… Edgardo Arloro , el afamado líder de La Resistencia Mundial.
Alelado, sentí a la vez alivio, pues de alguna manera con “El Gallego” estábamos en buenas manos.