La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

El juez Paul Morrà impone un régimen autoritario en Nueva Rosario. Se disuelve la Carta Magna de nueva Rosario, se persigue a los Discordantes sin tregua y la Resistencia es diezmada. El terror judicial domina la ciudad.

14 — L1 — En el Laberinto

Debajo de nuestra ciudad se encontraba un mundo desconocido. La leyenda de que existían numerosos túneles que la recorrían en todas direcciones era verídica, y la mayoría de los ciudadanos transitaban por la superficie, ignorantes de lo que pudo o podría ocurrir debajo de sus zapatos.

Años atrás, la mafia de Scaglia aprovechó y creó un mundo subterráneo basado en el contrabando. La red de túneles arrancaba en uno de los grandes almacenes que ocupaba el predio frente a la ex Aduana, en la bajada Sargento Cabral, y se distribuía por los siete Distritos. Las leyendas dicen que, antaño, en la lucha de poder por el control de los túneles, Scaglia hizo que se sembrara de adversarios muertos y que sus almas fantasmales aún permanecen vagando allí.

Ahora el lugar cobijaba a los débiles que resisten.

*

Allí nos encontrábamos, con la nueva presencia que cayó sin anunciarse: Edgardo Arloro, originario de Madrid, llegó a ser el líder de la Resistencia Mundial. ¿Qué le hizo venir hasta estas tierras?

Las últimas noticias decían que había sido capturado en Britania, tras un intento fallido de organizar una revuelta en el Congo. No contó con el apoyo local y fue entregado. Pero como todo en su leyenda, la prisión no lo detuvo. Escapó disfrazado de mujer con ayuda de su amante, fundiéndose entre las visitas femeninas del penal. Ella no corrió la misma suerte: se entregó para cubrir su huida.

Luego de esa fuga, Arloro permaneció un tiempo en las sombras de Kinshasa, capital de la República del Congo. Antes de abandonar el país, regresó a la residencia del juez Paul Morrà —su carcelero y ahora enemigo público—. Quería recuperar los retratos de sus dos hijos, robados como trofeo judicial. Disfrazado de jardinero, logró entrar con la complicidad inconsciente de los criados, y no sólo se llevó los retratos: también cortó el césped, cobró por el trabajo, y se ganó los halagos del servicio.

Buscado en toda la ciudad, antes de huir definitivamente, aún tuvo el coraje de infiltrarse en el correccional de mujeres para despedirse de su compañera. Lo hizo disfrazado de sacerdote, en una visita de casi una hora bajo la mirada distraída de dos guardias. Esa misma noche abandonó Kinshasa rumbo al norte, iniciando una odisea de casi sesenta días. Hubo golpes de suerte. Una campesina, conmovida por los boletines radiales y su espíritu de libertad, le ofreció refugio. Esa fue su tabla de salvación.Aquel golpe de suerte le hizo más transitable el camino hacia la libertad.

Lo último que se escuchó antes de aparecer en Nueva Rosario fue que Arloro pasó un tiempo en La OECN ( La Orden de los Estados Confederados del Norte ), bajo un nombre falso, como capitán de navío de la Armada, alejado de cualquier sospecha.

Habían pasado varios días luego del encuentro y nos mantuvieron aislados en habitaciones casi sin contacto. El Negro todavía no podía creerlo, no solo por la presencia de Arloro, sino también por la participación de Las Adrianas. Jamás hubiera pensado que ellas estarían implicadas en semejante empresa.

Las puertas de nuestros cuartos se abrieron y nos trasladaron a otro más grande. Aparentemente, nos ubicábamos en el centro de operaciones de la Resistencia. Allí se hallaban, en una gran mesa, Arloro, el Sr. Scaglia y el “Grandote” rubión, de mirada torva. También ambas Adrianas y varias personas más, todos sentados alrededor de una gran mesa.

—¿Dónde estamos? Hace días que no vemos la luz del sol —preguntó Andrés, con el tono seco que le nace del hambre y la desconfianza.

—Y no la veréis por un tiempo —contestó Arloro—. Estáis en los antiguos túneles de la ciudad. El viaje fue movido y por vuestra seguridad. Os narcotizamos para evitar cualquier inconveniente. Nuestra posición debe permanecer en secreto. No podemos permitir que se filtre ni una palabra.

—Nosotros no somos ningunos buchones —le respondí—. Pero queremos saber qué significa todo esto.

—¿Qué significa? —repitió Arloro, encendiéndose—. Significa que el plan conspirativo para destronar a Nueva Rosario y liquidar las pocas ciudades no autónomas era real. Los Posmodernistas han venido a destruirlo todo. Intentamos advertiros por medio de Scaglia, pero no llegamos a tiempo. Vuestros estamentos públicos están podridos de ratas serviles.

Tenía razón. Nos habían engañado. Y eso me dolía incluso más que a Andrés.

—Debo deciros —continuó Arloro— que la situación es crítica. Vaisman y su troupe de simios ya dominan esta ciudad y las comarcas vecinas. Morrà, ese maldito juez, es presidente del Tribunal Supremo. Y Grande apenas si sobrevive con el poco poder que le han dejado.

La guerra se está perdiendo en todos los jodidos rincones del planeta. Mis contactos me informan que, después de Vasconia, no ha habido una sola revuelta fuerte. Están cazando los últimos cabos sueltos en pueblos aislados.

Necesitamos de todos los que estén dispuestos a levantar una nueva Resistencia. Y aquí, bajo esta ciudad, hay material humano. Podemos rehacer lo que fue destruido. Si actuamos con eficacia, podremos recuperarla.

—Pero estos túneles son imposibles de entender —le dije—. Scaglia está físicamente impedido, y sólo dos personas además de él los conocían a fondo. Ya no están entre nosotros.

—¿Estáis tan seguros? —dijo Arloro con media sonrisa.

Hizo una seña al grandote. Este abrió una puerta lateral.

Nuestros ojos tardaron en reaccionar. Allí estaban. Cansados, envejecidos, pero enteros. Martín Cristiá y Laura Rateni . Los “desaparecidos”. Los verdaderos padres de Carla Rentería , la joven fallecida a la que apadrinaba Luis.