La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

La aparición de los padres de Carla sacude los cimientos de la Resistencia. Edgardo Arloro, líder implacable, busca reactivar la lucha desde las profundidades ocultas de la ciudad.

15 — L1 — Dolor del alma

—¿Qué…,cómo?…

Jamás lo vi al Negro tan pálido. La entrada de Martín y Laura en el cuarto fue un mazazo. Su miraba boquiabierta en la escena era tragicómica, repetidamente giraba su cabeza mirándome pasmado y luego hacia ellos, una y otra vez.

—No… No puede ser, es imposible—repetía una y mil veces—. ¿Es esto una broma de mal gusto?

Treinta y tres años habían pasado cuando ellos fueron chupados por los Cascos aquella noche. Demasiados años, mucho sufrimiento y pena en nuestras almas.

¿Qué se le cruza a una persona por su cabeza para tomar tamaña decisión de abandonarlo todo?

Mil preguntas guardadas tenía para hacer. Martín miraba con su sonrisa característica mientras Laura calmaba a Andrés del asombro abrazándolo como a un hijo. El llanto salió del Negro con todas las fuerzas y junto a un “por que” contenido y doloroso desde el alma. Todos lloramos, también Martín.

—Carla,… ella está… —trató de decir Andrés.

—Ya lo sabemos… —dijo Laura y asintió apesadumbrada—. Después de exilio Luis fue el único contacto seguro, y fue él quien nos pidió volver, como a tantos otros…—dijo observándome—. Sus intensos mensajes indicaban que la ciudad estaba en grave peligro, y que era necesario nuestro retorno. Jamás pensamos que semejante panorama—Laura se sentó junto a Andrés.

Luego de “La Noche de los Cascos” solo nos quedó entregarnos y confiar a Carla a Luis, su suerte iba a terminar como la mayoría de los “chupados” ese día. Fuimos llevados a un campo de concentración que se armó en en la vieja cárcel abandonada de Coronda , allí la pasamos muy mal, demás está decirlo. Luego de un tiempo y después de un intento de fuga fallido, la cárcel se cerró y nos trasladaron a una base Naval en el Sur, donde se transformó como centro de un gran campo de concentración de Discordantes. Allí nos tuvieron varios meses dictando amenazas de fusilarnos a todos, la escena se repetía casi todas las noches, ya no nos daban comida y el maltrato fue empeorando.

Llegó el fatídico día. Esa noche, Martín, no podía dormir. Sabía que en cualquier momento llegarían las torturas, pero esa noche pasó algo distinto. Las horas pasaron y a medianoche de repente sonó una chicharra y se abrieron las puertas de nuestras celdas. La orden fue salir al pasillo y que nos parasemos al lado de la puertas de las celdas. Ya afuera, observamos temerosos que en el final del corredor nos esperaba una ametralladora. Sin avisar comenzó a escupir balas a mansalva, no hubo escape y fui herida. Quedé caída debajo de Martín, él fue quien recibió la mayoría de los disparos al tratar de cubrirme. Los disparos cesaron y en segundos empezaron los gritos y lamentos que se mezclaban con las voces de los guardias que verificaban quienes todavía quedaban vivos para así rematarlos con el tiro de gracia. Ambos permanecimos inmóviles en medio del olor a pólvora humeante, quietos sin saber si el otro estaba muerto, al menor movimiento vendría el remate. Al rato cayeron a retirar los cadáveres para llevarnos hacia la morgue.

Jamás olvidaré la cara del enfermero que viéndome con un disparo que entró por el mentón, él notó que seguía consciente y guiñando un ojo me tapó con la sábana fingiendo mi deceso. Luego de eso me desmayé y desperté en un cuarto con la escena de una difusa imagen de Martín cargándose a dos guardias que eran los encargados de cuidar los cuerpos. A un costado, se encontraba ansioso el enfermero, este abriendo la puerta de la morgue nos dio vía libre para el escape. Luis los espera…, “Que el premio al esfuerzo sea la libertad” , nos dijo marcando nuestro lema de lealtad y fidelidad. Salimos y nos dio vía increíblemente por la parte del pabellón donde se produjo anterior el fusilamiento, todavía se sentía en el lugar la mezcla de olor a sangre y pólvora. El camino liberado nos llevó a la salida del penal.

Después de días de persecuciones, escapar y mantenernos ocultos nos contactamos finalmente con Luis, deseaba ver a m hija otra vez. Fue ahí que decidimos, aún con la negativa insistente e infructuosa de Luis, separarnos definitivamente de nuestra hija entregándosela esta vez por un largo tiempo. La vida que nos tocaba vivir le iba a ser difícil con sus tan solo ocho meses, jamás pensamos que ese tiempo se convertiría en años.

—Pero entonces… ¿Luis sabía que ustedes estaban con vida?—dijo Andrés.

—Siempre lo supo, junto con su esposa Mariana, mi amiga del alma. Cada tanto nos mandaba información o alguna foto para mostrarnos cómo iba creciendo “Carlita”…

Laura giró tratando de evitar el llanto abrazando a Martín, el sufrimiento de haber abandonado a su hija ahora se sentía en vano. La perdida abatía toda forma de seguir luchando. De a poco nos estaban derrotando y no físicamente, atacaban el alma sin piedad.

Martín, ya sin lágrimas, demostraba evidentemente que su exilio cambió totalmente su personalidad. Habían perdido su tierra, su hogar, y ahora su hija y sus amigos. Sin esos elementos que nos hacen personas todo se convierte en un sentimiento vacío.

Esa sensación la conocía…, no tener referentes, flotar en el espacio. Un entramado de espejos que no te devuelven la identidad. En el exilio a uno le falta todo eso; hay una sensación de extrañeza permanente y de confusión afectiva. Además, el exiliado está con las valijas hechas siempre dispuesto a regresar. Eso genera que uno evite situaciones de éxito que pudieran hacerle sentir que está bien donde está, hasta a veces saboteando relaciones y vínculos inconscientemente matando todo lo que haría sentirse mejor.

El exilio trasciende lejos. Los hijos y nietos de la guerra también somos mutilados, el no pertenecer ya a lugar alguno, aceptar la condición de extraño, tener siempre que reinventarse es una condición con la que cargás de por vida.

Martin interrumpió el relato:

—¿Cuándo es la reunión con el contacto infiltrado? No quiero esperar más.

—¿Tenemos un topo en sus filas?—dije asombrado.

—Así es, “tenemos topos”…, y más de uno—mencionó Arloro.