Por Settimo
La Resistencia se preparaba para un golpe crucial. Reunidos en la clandestinidad, todos enfrentaban sus miedos y dudas. Entre confesiones y planes, la tensión se respiraba como un presagio inevitable.
17 — L1 — La Previa
El ataque a la Secretaría se llevaría a cabo el viernes, madrugada de sábado. Renovar memorias de antaño no era gratificante, mientras caminaba hacia el cuarto mi mente retrocedía y volvía a recordar historias, batallas y persecuciones. La Resistencia tiene un romanticismo que se desvanece cuando uno empieza a contar los amigos muertos. “Resiste”, de eso se trata, e insiste convertida en un “David” tratando de acertar el hondazo a un “Goliat” que la historia cada vez hace más fuerte y difícil de que caiga. De las dos partes siempre es la más débil y castigada en la lucha, a veces no lo sabe… o se entera tarde, pero sabemos que al hacerse visible molesta, y mucho. Tal vez por eso uno elige ese lado de la mecha, nos gusta movernos, incitar, desafiar lo viejo o repararlo…, aunque se pierda. Nacimos con un “porque no”, con un signo de pregunta grandísimo, tan grande como el sentimiento de amistad que nos une.
Estando en la habitación, el Negro se sentó en la cama mirando la nada, absorto por lo que había visto y escuchado.
—¡Andrés!…¡Volvé al mundo!—le grité bien fuerte.
Inamovible me contestó:
—Esto se va a poner feo, nos toca una difícil, cumpa.
—Ya lo creo—contesté—, nuestra posición siempre fue y es así, ¡ja!.. difícil.
—Tengo mala espina, siento un picazón en la oreja izquierda y eso no significa una buena señal, nunca falla sab…—. De pronto, se escucharon unos golpes con un ritmo extraño en la puerta de nuestra habitación, tipo contraseña, luego risas femeninas y corridas.
Andrés me miró y con angustia simulada exclamó:
—¡Dios, no me dejan en paz…! —dijo.
—¡Rajá de acá antes que te “cague a palo”! ¡Negro mentiroso!—respondí tirándole con mi zapato.
Sonriendo tomó solo su pantalón, y en cueros y descalzo se retiró mirándome al cerrar la puerta como un lobo dispuesto a atacar con sigilo. En frente de nuestras habitaciones estaban “ellas”, esta noche habrá acción.
Me recosté boca arriba mirando el techo, mañana será un día de preparativos de batalla, es muy posible que muchos no duerman esta noche, y creo que seré uno de ellos.
Ya con las luces apagadas me llegaba el recuerdo de mi niñez furtiva. Escondidos siempre en casas de amigos, luego de vecinos y después donde podíamos. Vino la desaparición de mis padres y la crianza de mis tíos. De adolescente, la unión a resistir junto a Luis y Andrés. Nuestros sobrevivientes y nuestros muertos… Todo está escrito, leído y escuchado en la historia, un gran bucle que nunca se detendrá. Solo tratábamos de que no ganaran siempre los mismos, lo intentamos. Me cansé y me autoexilié, pude armar una familia, hija por venir, el accidente…y solo de nuevo. El llamado de Luis… y a luchar otra vez. Salir de esa cinta de Moebius era lo único que quería pero volví a mi punto de partida… y con más amigos muertos.
Cuando sentí que estaba por conciliar el sueño escuché unos pasos y una conversación detrás de mi puerta, me acerqué para tratar de oír mejor.
—Es complicado, Edgardo. ¡Las cosas pueden salirse de rumbo fácilmente! —Era la voz de Martín que le recriminaba a Arloro de su plan —. ¿Porque es tan testarudo?
—Usted no se encuentra en condiciones de plantear cosa alguna; cesad de atormentaros, ¡deje de comerse el coco, buen hombre! —respondió —No habéis estado en estos años y ahora venís con reproches absurdos.
— ¿Absurdos? ¿Qué es lo que quiere decir? Solamente le aclaro que el plan es muy perfecto…, muy “redondo”, y eso es lo que me preocupa. Una falla o falta de sincronización y va haber problemas. Digo que ante tales decisiones deberíamos proceder de una manera más meticulosa, pensando los potenciales resultados y tener en cuenta otras alternativas…, Luis las contemplaría.
—¡Hostia, tío, me tienes hasta las narices!… ¡Rentería ya no está… y no hay mas tiempo!… —gritó con voz fuerte—. ¡Y en el “tiempo perfecto” habréis de hacerlo sin titubeos! —Cristiá quedó helado por su virulencia al hablar y freno en seco.
—Quedesé tranquilo, Martín… todo saldrá bien —se escuchó la voz del Cabo Lagostena que siguió caminado acompañando a Arloro.
La conversación se fue diluyendo y de a poco no pude dar más oídos. Si estaba incómodo con el plan, ahora se había convertido en fastidio. La noche avanzaba y pese al cansancio no podía conciliar el sueño, aunque trataba de relajarme. La excitación me mantenía despierto y al segundo de relajación se me disparaban escenas de lo que podía pasar con el plan de mañana y sus posibles soluciones que inconscientemente desarrollaba.
Ni sé cuánto tiempo pasó, escuché entrar a Andrés de puntillas como un adolescente en falta golpeándose con todo a su paso, una sonrisa se dibujó en mi contracturado rostro. Relajé un poco y pude dormir.
En la mañana siguiente desperté un poco somnoliento pero descansado y con otro humor…. Nos encontrábamos a un paso de la gloria… o del infierno.