La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

La Resistencia perfila los últimos detalles para un ataque crucial. Entre viejas cicatrices y la fuerza de la camaradería, todos se preparan para enfrentar el filo de la inminencia. Maniscalco y su compañero, aunque reticentes, aceptan el plan. En el aire: el eco de la gloria se confunde con el rumor de un pasible infierno.

18 — L1 — Fiesta y despedida

La gran fiesta se desarrollaba con todo su esplendor. El salón principal del NewBulldogge brillaba con las más preciosas decoraciones; se vivía un asombroso y extravagante culto al Sistema político mundial. La efusividad en la adulación superó la de cualquier aniversario anterior. Se enviaron regalos y telegramas de felicitación desde todas partes de los territorios conquistados.

La celebración del aniversario se compuso, desde la mañana y entre otros eventos, del desfile más multitudinario de la historia, con unidades de las fuerzas terrestres, aéreas, marinas y paramilitares: en total, más de 5.000 hombres y mujeres.

Vaisman encabezó una comitiva con aeromóviles blancos que recorrió el recién completado Bulevar Pellegrini de la “Futura Nueva Rosario” , nueva candidata a capital de la Orden del Cono Sur. El acto siguiente, al atardecer, consistió en una procesión de antorchas, que Vaisman oteó desde un balcón de la embajada.

Ya en la fiesta nocturna, sus cortesanos lo felicitaron y le entregaron regalos: estatuas, porcelanas, pinturas al óleo, tapices, monedas raras, armas antiguas. Algunos le agradaron mucho; se rió de otros e ignoró la mayoría. También se le obsequió un aeromóvil denominado Schwarzer Vögel (Pájaro Negro), un sueño trunco alemán del siglo pasado. Estaba previsto que fuera el transporte oficial de Vaisman a partir de fin de año.

En el clímax de la velada, el alcalde interino Raúl Grande, junto al canciller Roberto Chichoni, le entregaron una maqueta a escala del gigantesco Nuevo Monumento a la Orden Mundial, que se emplazaría en el mismo lugar del Monumento a la Bandera.

—Un hermoso obsequio, alcalde. Muchas gracias —dijo Vaisman, mostrando otra vez sus dientes blancos con una sonrisa apretada.

—Lo que habíamos pactado —comentó Chichoni lisonjeando—. La obra comenzará lo antes posible.

—Siempre y cuando no ocurran inconvenientes… —replicó Grande, con tono díscolo.

Chichoni le pisó el pie con fuerza, tratando de hacerlo callar.

—Todo inconveniente será superado. Esta ciudad nos apoya, ¿no le parece? —contestó Vaisman.

Las miradas de Raúl y el embajador se mantuvieron firmes. El punto de máximo hervor se estaba manifestando firmes al primer pestañeo.

—Dios sabe el esfuerzo que debimos hacer para lograr esta paz urdida con hilos de sangre. ¡Que el Señor tenga a mi esposa Verónika a su lado!

—Sí, tuvimos muchas pérdidas. Pero esa paz negociada por Santos no es la paz que alumbra al hombre libre, sino una transacción sin alma. La nuestra es la paz de la dignidad, de la justicia y la equidad. Aunque deba atravesarse un campo de espinas, será la más alta redención —respondió, citando la encíclica principal de la LFL.

—Veo que usted es tan terco como el alcalde al que reemplaza —respondió Vaisman, rozando el insulto—. Prefiero no empañar la celebración. Le recomiendo que se acomode en su sitio, junto a sus candorosos acompañantes de mesa. Llévelo, Chichoni, y cuide a su estimado camarada.

—Sí, será lo mejor —dijo Chichoni, tomándolo del brazo con fuerza.

—Compañero soy… compañero… ¡conchatumá! —murmuró Raúl, escupiendo insultos entre dientes mientras era arrastrado.

Probando comunicación… ¿Todo bien por ahí? —se escuchó a Arloro activando los intercomunicadores auditivos.

—Todo correcto —contestó Chichoni por lo bajo—. Tratando de pasar desapercibidos, si este tipo me deja… —miraba a Raúl refunfuñando.

¡Raúl, dejá de romper las pelotas! —reprendió el Negro desde las terrazas del Propileo.

—¡Ja! Justamente vos me venís a calmar… —remarcó Grande.

¡Silencio!, tenemos que usar al mínimo la comunicación entre nosotros, es de vital importancia —interrumpió Martín desde los túneles.

¿Posiciones? —preguntó Arloro.

Listas… —contestaron Las Adrianas al unísono, desde la zona de las seccionales.

Oka… —marcó Andrés.

En posición… —dijo Lagostena desde la cúpula de la Catedral.

— ”Noi”, yendo por los túneles “per saliere” desde el subsuelo —agregó Scaglia.

El camino del equipo subterráneo era complicado. El túnel desde la escultura del Sembrador hasta la Secretaría era muy estrecho. Debían avanzar en fila india por más de dos kilómetros, lo que, con el equipo de asalto y los gigantescos guardaespaldas de Scaglia, dificultaba todo aún más.

Nosotros ya habíamos tomado las terrazas de la municipalidad, reduciendo a dos guardias. Trabajo sencillo: la cobertura de vigilancia estaba al mínimo, como estaba estipulado. Con el Negro ya nos encontrábamos frente al techo del Propileo. Lagostena, en la cúpula de la Catedral, cubría un posible ataque por retaguardia. No quiero saber cómo llegó hasta allí. Sus métodos de reducción y posicionamiento dicen ser sádicos si alguien se interpone.

Solo se esperabamos la orden del grupo de Arloro.

—¿Estás bien, Negro?—le pregunté a Andrés.

—Me sigue picando la oreja…—dijo con mal ánimo.

Estamos ya en posición. Hágase, pues, lo que deba hacerse —informó Arloro con solemnidad. Sus palabras sonaron como alivio y agitación al mismo tiempo. Afirmé el dedo en el gatillo: tenía en la mira a mi primer blanco.

¿Grande, Chichoni? Solo falta el okey de Uds…. ¿Copian?… ¿Grande?…—repitió

Un crujido de estática respondió, seguido de la voz de Grande, urgente, quebrada:

¡Aborten… aborten!

Un silencio glacial.

¿Di de nuevo? —insistió Arloro, con la voz tensa, pero firme.

Entonces, otra vez, apenas más claro, como un eco que se resistía a morir:

¿Me copian?… ¡Aborten!

Mi dedo aún apoyaba en el gatillo.