La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

Mientras la fiesta oficial del aniversario de “La Reivindicación” brillaba con fasto en el NewBulldogge, la Resistencia ejecutaba su plan. Desde las alturas del Propileo hasta los túneles del subsuelo, cada miembro aguardaba en posición. Las tensiones estallaban incluso entre los líderes: Grande, cada vez más impulsivo, era contenido por Chichoni. Arloro, firme y autoritario, sostenía el control del operativo. La cuenta regresiva hacia el ataque final ya había comenzado, todo estaba en tiempo…, o casi todo.

#19 — L1 — La celada

—Estamos ya en posición. Hágase, pues, lo que deba hacerse—Las palabras de Arloro sonaron en todos nosotros como alivio y agitación al mismo tiempo, afirmé mi dedo al gatillo, tenía en la mira a mi primer blanco. —¿Grande,… Chichoni?… ¿copian?

—¡Aborten…aborten!…— se escuchó a Grande.

—Di de nuevo—insistió Arloro.

¿Me copian?… ¡Abor… KZZZKRRRSHHH!

Diez minutos antes, en la fiesta…

El hombre con uniforme se acercó a la mesa del embajador. Vaisman se lo notaba molesto después de la charla con Grande. Pidió permiso y comunicó:

—Embajador Vaisman, el dato enviado es correcto, el ataque a la Secretaría va a suceder.

—¡Ja!, gracias general, esto me cambia el humor—dijo cambiando su rostro adusto—, mi infiltrado no era mucho de fiar pero esta vez fue preciso, ¿están preparados para dar respuesta?

—Sí, embajador, solo esperamos su orden.

—Solo unos minutos más—respodió y se limpió su boca con la servilleta—…debo aclarar algunas cosas con esos dos invitados de esa mesa. —Señalaba a Grande y Chichoni viendo que estos discutían entre ellos.

Vaisman encaminó hacia ellos con dos personas más hacia ellos e interrumpió:

—Disculpen la interrupción, debo hablar con ustedes un segundo, creo que…

—¡Ja!, justamente me venís a calmar vos, negro… —Grande hablaba al intercomunicador sin darse cuenta que Vaisman estaba a su lado.

—¿Me habla a mi, Alcalde?…—preguntó adrede y a sabiendas.

—No, no. Solo discutíamos con el canciller…, sobre cosas irrelevantes—respondió sin mirarlo.

Chichoni pateó a su compañero, haciéndolo callar. Su clara sospecha de que Vaisman los había descubierto era evidente.

—Bien…—continuó—, nuestro intercambio de palabras reciente necesita aclararse ya mismo, pero en un lugar más privado, acompañenme… Ah, y por favor silencien esos radios, al menor intento de comunicarse con sus camaradas serán asesinados.

—No sé de que habla, embajador—dijo Chichoni.

—Insisto. —Las personas que acompañaban a Vaisman mostraron sus armas—. Por aquí, por favor—añadió señalando las cocinas.

Ahora…

—¡Aborten…aborten!…—Gritaba Raúl— ¿Me copian?…

Grande y Chichoni se encontraban tomados por el cuello por los esbirros de Vaisman, ambos con una pistola en la sien. A sus espaldas se encontraba el embajador. Todo había sido descubierto.

—¡Aborten misión, repito, aborten misión!—Aludía por el radio Raúl casi ahogado.

Vaisman se acercó al oído de Grande y susurró para que todos lo escuchásemos:

—Un intercomunicador subcutáneo… ¡cuanta tecnología!—hablaba socarronamente—. Arloro… la celada está en marcha. No solo ustedes tienen “colados” en nuestras líneas. Entréguense antes de ocasionar más muertes.

—¡Maldito hijo de puta, eso es imposible! —esgarró Chichoni arrodillado a un costado.

—Los sicarios no tienen bandos, Roberto—dijo mirándolo—, usted tuvo su oportunidad en su momento y no aceptó, podría haber sido un gran aliado, pero siempre existen traidores.

—Jamás hubiera aceptado su bando, prefiero morir con la mía…, con la de todos mis compañeros.

—Muy bien, si así lo prefiere… ¡Ah! Me olvidaba, demás está decir que la maqueta que me regalaron es una “verdadera mierda”, como ustedes dicen.

Vaisman miró al guardia que sostenía a Chichoni por su espalda y con solo su movimiento de sus cejas dio la orden. Al instante este giró sus brazos como quien gira un trompo, y las vértebras del Canciller resonaron en los oídos de todos nuestros intercomunicadores como un relato de una fatídica novela radial.

—¡Noooo!…—gritó Raúl mientras caía el cuerpo de Chichoni desplomado sobre el piso de la cocina.

Vaisman quedó cara a cara con Grande…

—Los dados han sido tirados, su puesto de alcalde interino está “caput” .

—¡Caput tu hermana, puto!…—respondió.

Grande no vaciló, la reacción fue rápida dando dos cabezazos raudos; uno a Vaisman por delante y otro hacia atrás a su captor, suficiente para inutilizarlos. Tomó una cuchilla de la mesada y finiquitó la acción con un lanzamiento veloz y certero en la frente al segundo guardia que revisaba al cuerpo sin vida de Chichoni.

—¡Nazi del orto!—dijo mirando a Vaisman en el suelo, y con un escupitajo en su cara comenzó su corrida por los pasillos de la cocina.

—¡¡¡Me copian,… me copian!… la puta madre, esto no funciona…—se quejaba.

Entre tanto se oía desaforado a Vaisman desde lejos.

—¡Guardias, atrapen a ese sujeto! —gritaba desde el suelo, cegado por el cabezazo—. ¡Procedan con el contraataque,… Lagostena … cumpla con su parte…, ahora!—notificó por su radio.

Afuera, en el monumento…

Desde la cúpula de la catedral hacia el techo del Propileo donde nos encontrábamos con Andrés comenzaron los disparos, el blanco de destino eramos nosotros. El traidor se revelaba dando impacto a varios de nuestros hombres apostados.

—Lo siento, pero eso de la Libertad y todas esas quimeras son un adorno —se escuchó al Cabo Lagostena por intercomunicador mientras seguía recargando y disparando.

—¡Que mierd..! ¡Traidor hijo de puta!—vociferaba Andrés agazapado esquivando fragmentos de mampostería—, el picazón de mi oreja izquierda no falla… ¿Por qué siempre tengo razón? ¡La puta madre!…—decía mientras se cubría.

Evidentemente, como todo buen sicario, Lagostena eligió el bando a su conveniencia. Las bajas comenzaban a aparecer de nuestro lado, los disparos desde la cúpula eran cada vez más certeros. Conjuntamente con eso, una explosión sucedía sobre el techo de la municipalidad y una lluvia de esquirlas cayó entre nosotros mezclada con los gritos de heridos. La emboscada fue perfecta.

—¡Cubríme!—dijo el Negro—, tomó su PKM y comenzó a disparar escupiendo miles de balas sin parar destruyendo parte de la cúpula.

Mientras desde abajo, en las afueras de la Secretaría aparecían y se apostaban más Cascos que nos atacaban con un fuego cruzado imposible de sostener.

—¡Andrés, tenemos que irnos!—le supliqué entre los zumbidos de las balas— ¡Arloro, pasamos a retirada para resguardar los puestos!—indiqué por el radio.

¡Vale! pero el plan sigue en pie —contestó—, retiraos y buscáis la conexión con el grupo que se encuentra fuera del sector del monumento.

¡Nuestro puesto tampoco está firme! —informaba por la línea una de las Adrianas mientras sonaban los disparos ahí también— , caímos en la trampa, y nos atacan sin piedad, además están…

¡Booooommm!

El sonido lejano de una explosión cerró toda comunicación…. Se escuchó tanto por la linea de comunicación como en el exterior. La humareda se veía desde lo alto de nuestro lugar.

¡Comando exterior!…conteste, ¡Comando exterior!… —escuchábamos la voz Arloro desde los túneles por el intercomunicador.

Otras explosiones sonaron un poco más lejos, y el sonido muerto de los radios no indicaba buenas noticias. Todos los grupos habían caído en la trampa.

El plan estaba fracasando, pero el Negro seguía disparando convirtiendo casi toda la cúpula en un colador, la imagen espeluznante se escenificaba entre los ruidos de los disparos de su ametralladora y su grito desgarrador, furioso siguió sin pausa hasta hacerla estallar y volar de cuajo.

Soltó las armas y cayó de rodillas, casi privado de sentido, con todo su cuerpo ennegrecido por los escombros y salpicado de sangre…

—¡Maldito hijo de puta, nos cagó a todos! —Y rompió en llanto.