La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

#23 — L1 — El aguante

Raúl y su compañero huyen colapsados, acosados por explosiones y la inundación de los corredores. La acuarofobia de Raúl amenaza con vencerlo, pero aliados inesperados los rescatan. Exhaustos, sobreviven… y reafirman su compromiso con la lucha.

Siete horas antes…

—¿Morocha, estás en posición? —dijo la Rubia por radio.

—Sí, pero mantengamos libre la línea para recibir instrucciones —contestó.

A la Morocha se le había ordenado instalarse con su grupo en la zona de la Delegación de la Policía Federal . Se ubicó en las terrazas de un edificio frente a ella.

La Rubia, por su parte, estaba en otro punto estratégico de la ciudad, en las terrazas del edificio de la Escuela Hebrea Balín , frente a la Seccional 2.ª , a más de diez cuadras de distancia. Era otro de los puntos en los que debían generar una distracción. Ambas se mantenían a la espera de instrucciones, distendidas por radio.

—¿Qué tal anoche?… Jajá —comentó la Rubia.

—No jodas, ahora no… —respondió la Morocha.

—El Negrito quedó cansado, parece… Jajá. ¿Viste cómo se fue? Se llevaba todo por delante… se le cruzaron los ojos… Jajá.

—Basta, dejá de joder… Jajá. Estemos atentas.

—Tranquila, che… el plan no puede fallar. Solo hay que tener ocupados los destacamentos del exterior. Son un par de tiros, rajamos y listo.

—No estoy muy tranquila. El plan es muy inestable.

La Morocha mostraba inquietud. La situación se encontraba en un punto de “no retorno”; los grupos del exterior ya estaban en sus puestos.

De pronto, se escuchó en los radios:

¡Aborten, aborten misión!

—Che, estamos recibiendo audios extraños desde el canal principal. Algo está pasando —dijo la Rubia.

—¿Cómo? No te escuché… Este monorriel de mierda justo está pasando —refunfuñó la Morocha mientras el tren zumbaba a su paso—. Cambiemos a la frecuencia general.

Sorprendidas, escuchaban:

—¡Caput tu hermana, puto! ¡Aborten la misión… repito, aborten la misión! ¿Me copian… me copia alguien? ¡La puta madre, esto no funciona!

—¡Ese es Grande! —agregó la Morocha.

¡Guardias, atrapen a ese sujeto!… ¡¡Procedan con el contraataque!! ¡Lagostena, cumpla con su parte, ahora!

—¿Esa es la voz de Vaisman? —exclamó la Rubia—. ¿Nombró a Lagostena? ¿Qué fue eso de “Lagostena, cumpla su part”…?

Sin terminar la frase, la Rubia oyó disparos lejanos y, segundos después, como si fueran avispas defendiendo su panal, cientos de drones armados invadieron el cielo nocturno sobre su posición… Todo junto, todo al mismo tiempo.

—¡¡Están rodeados, tiren sus armas!! —se oyó una voz robótica por un altavoz, mientras los reflectores marcaban a varios de los compañeros apostados en la azotea.

Algunos dudaron por unos segundos y arrojaron sus armas… Aún así, no tuvieron piedad. Las balas trazantes de las ametralladoras dibujaron líneas de muerte que les impidieron cualquier tipo de reacción. La traición fue un éxito: todos los grupos fueron emboscados simultáneamente.

—¡¿Morocha, me escuchás?! —gritaba la Rubia, tratando de cubrirse mientras su sector era atacado—. ¡Nos tendieron una trampa!

Por el radio se oyó una explosión, y luego el silencio.

—¡Morocha! —clamaba la Rubia, escapando, sin recibir respuesta.

Su posición también había sido atacada. Durante la huida desde la terraza, el grupo de la Rubia se dirigió al interior del edificio de la escuela. Esta vez, los Cascos emboscaron desde adentro. Coparon las escaleras de acceso, ametrallando con mayor virulencia.

Desde el último piso, junto a la salida a la azotea, la Rubia respondía con su ametralladora, disparando por el hueco de la escalera y haciendo retroceder a los Cascos.

—¡Hijos de puta, a mí no me van a agarrar! —vociferó con furia.

Los Cascos caían como moscas dentro de la escalera; la voracidad de la Rubia se traducía en sus balas. Se asomó por la puerta hacia la terraza y ordenó a los pocos compañeros que quedaban:

—¡Mantengan la línea, no podemos perder esta posición!

Su arma escupía fuego; sus manos, practicas en el uso, se movían mecánicamente, cargando y descargando.

—¡Están rodeados, entréguense! —decían los soldados desde abajo.

—¡Tu vieja entregá, pedazo de mierda! —respondía la Rubia con rabia.

Su desesperación por mantener la posición crecía al no tener contacto con su compañera.

—¡Mantengan la posición! ¡Repito, mantengan la posición! ¡No caeremos prisioneros… antes la muerte!… ¡Morocha, contestame, por favor! —imploraba por radio mientras seguía disparando.

En la azotea de la escuela, la lucha era tan feroz como en el interior. De pronto, el ritmo de los disparos de los Cascos disminuyó. Muchos de ellos, abatidos, marcaban la retirada. La calma duró apenas unos segundos. Al escuchar un zumbido característico, todos sintieron un escalofrío.

Tres de los temibles drones Hero400 se posicionaron sobre sus cabezas, listos para lanzarse en picada. Los “Hero” , comandados de forma remota, podían atacar desde múltiples direcciones. Se decía que el único lugar seguro frente a ellos era un búnker.

Los drones, cargados de explosivos, se lanzaron al unísono.

—¡Escuadra! —gritó la Rubia, corriendo hacia la terraza.

Formando una especie de escuadra humana, dispararon al cielo. Lograron destruir rápidamente al primero antes de que impactara.

El segundo fue alcanzado en un ala, desviándose y estrellándose sobre calle Paraguay , justo sobre los Cascos que se encontraban allí.

El tercero explotó en el aire, a escasos metros. La onda expansiva los expulsó violentamente.

La mayoría de los compañeros cayó al vacío; otros, sin mejor suerte, quedaron estampados contra las paredes vecinas. La Rubia voló casi veinte metros, chocando e ingresando por una de las ventanas de la cúpula de la sinagoga de la Asociación Israelita , en el edificio contiguo. Cayó inconsciente en uno de los balcones superiores de la Mejitzá.

Por su radio se oyó la voz entrecortada y mal herida de su compañera:

¿Rubia, me copiás?… ¡Rubia!… ¿¡Me copiás!?