La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha.

Por Settimo

#24 — L1 — Buscando el reencuentro

En la terraza de la sinagoga, la resistencia enfrenta un brutal ataque con drones. Explosiones, fuego cruzado y traición desatan el caos. La Rubia cae inconsciente y la comunicación con su compañera se corta. La operación de distracción fracasa, y la esperanza comienza a desmoronarse en medio del horror.

Dentro de la sinagoga, La Rubia, entre vidrios rotos y raspaduras, pudo recuperarse del topetazo. Se asomó para ver si había algún miembro de su equipo y observó que la azotea en la que se encontraba era un campo lleno de escombros y muerte. La explosión de los Drones había destruido toda la zona, pues los Cascos también habían recibido parte de la devastación.

—Te copio, Morocha… ¿vos?— repetía sin obtener respuesta. —¡Puta madre!…— blasfemó persignándose con ironía frente al Ner Tamid de la sinagoga.

Sin señales, decidió actuar. Bajó por las escaleras laterales del templo, desorientada pero decidida, y cruzó corriendo el cráter que un drone caído había dejado sobre la calle. En el trayecto recogió las armas de dos Cascos caídos.

—Esto ya no les hace falta—murmuró.

Debía tomar la boca de acceso al túnel que se encontraba en el salón de actos del Ex Sindicato Luz y Fuerza , sobre el final del tablado. Al entrar, se encontró cara a cara con los remanentes de los Cascos sobrevivientes a la batalla. Sin pedir permiso y velozmente, disparó con sus dos pistolas Zip´s en cada mano y acabó al unísono con dos Cascos que estaban en la entrada. Pasando al Hall, superó a cuatro más que se le interpusieron; los hombres caían como moscas.

Sin interrupciones y a paso firme, en un arriesgado movimiento, cruzó todo el auditorio, padeciendo las ráfagas de metralla que desde atrás y de lo alto le lanzaban sus temibles perseguidores. A su alrededor, los disparos se mezclaban con las astillas de las butacas. Solo tenía una cosa en mente y nada la iba a detener: estar al lado de su compañera.

Entre gritos, roturas y disparos, dio un salto y cayó por la boca del túnel, dejando atrás cuatro granadas que, segundos después, hicieron volar la parte superior del escenario. A resguardo, respiró con alivio unos segundos, contabilizó sus municiones y comenzó su carrera subterránea hacia el sector indicado donde se encontraba la Morocha.

Miles de estruendos seguían retumbando por los diferentes pasadizos; evidentemente, el plan había sido desenmascarado totalmente. El recelo que tuvo la Morocha era indiscutible.

— ¡Sicario hijo de puta!— rezongaba La Rubia entre dientes pensando en la traición de Lagostena. —¿Qué será de los otros grupos? Tenés que llegar como sea— se ordenó otra vez a sí misma.

Su cuerpo estaba estropeado y de tanto en tanto se detenía, ya fuera para descansar o para esconderse. Los Cascos habían tomado parte de los túneles eliminando todo lo que se les aparecía en el camino y debía economizar las pocas municiones que le quedaban. Se movía por intuición, pues no era muy experta en los túneles. Más que nunca extrañaba a su compañera, la más hábil en situarse en cualquier lugar; ella la llamaba burlonamente “la mujer brújula”.

Después de un trecho, entre pasillos derrumbados y algunos inundados, pudo divisar otra boca de salida. Al asomarse por ella, descubrió que estaba en las catacumbas del Teatro El Círculo . Se alivió, pues no muy lejos se encontraba el grupo de su compañera. Debajo de la sala había un extenso subsuelo donde se podían observar distintas esculturas de arte sacro; este sótano había sido reformado. Tiempo atrás, hacía de caja de resonancia en la acústica del teatro.

Al salir del túnel, observó que el techo de madera que la cubría tenía unos respiraderos, pues encima se encontraban las plateas. Allí tomó un poco de aire fresco y trató de comunicarse nuevamente.

—Morocha…, ¿me copiás? —Esperó unos segundos y repitió susurrando—. No desesperes, voy llegando. —Seguía sin respuesta.

De pronto, notó que el intercomunicador dio dos clics de réplica. La señal le dio alivio; al menos su compañera estaba con vida.

Sabía que había otro empalme de comunicación hacia otro túnel por algún lado, pero la renovación del subsuelo la tenía descolocada. En ese momento, se escucharon pasos de marcha dentro del teatro, por encima del sótano. Una orden se filtró entre el eco:

—¡Verifiquen las catacumbas! Según los planos, allí se encuentra otra boca de túnel.

Velozmente, La Rubia corrió a esconderse detrás de una escultura y marcó silencio. Podía sentir su corazón palpitar. Divisó, desde donde se escondía, a dos Cascos que bajaban muy lentamente por la escalera caracol que chirriaba paso a paso; uno de ellos notó un movimiento.

—¡Ahí a tu izquierda!— gritó fuertemente, tocándole el hombro a su compañero—, ¡en ese rincón!

Adriana cerró los ojos, sintió su cuerpo temblar y el tiempo detenerse. Sin titubeos, el primero disparó una ráfaga corta de balas, y el segundo terminó con dos disparos de gracia de su rifle que dieron en los estantes cerca de ella. La Rubia se miró sobresaltada, tocándose por si tenía alguna herida. Solo se escucharon los chillidos de roedores y alguna que otra escultura que sufrió daños.

—¡Soldado! ¿Qué son esos disparos?— gritaron desde arriba.

—¡Nada, Sargento!— contestó el soldado—. ¡Aquí solo hay ratas, mi sargento!

—Clausure el sector y sigamos. La orden es destruir todo lo que se encuentre debajo de nosotros y si hay algún rebelde o algo parecido, que vuele con él.

—¡Sí, señor, entendido!— Ambos soldados retiraron los seguros de sus granadas y gritaron al retirarse: —¡Fuego en el hoyo!

Los proyectiles cayeron rebotando como pelotas de ping-pong sobre las hojas del piso, dando segundos para que La Rubia se precipitara y rápidamente se atrincherara detrás de una escultura antes de que estas explotaran. Después del estallido, por suerte o milagro, sufrió menores daños, pues el reventón lo recibió la estatua de la Virgen con la que pudo cubrirse.

Luego de asegurarse de que no quedaba nadie, miró al cielo y agradeció con un guiño de ojos. Pudo salir de entre los escombros y notó que la enorme escultura de la pared en relieve, que representaba la Última Cena, había sido quebrada y dejaba a la vista una comunicación que accedía a otro pasadizo. La salida quedó al descubierto, y entre los escombros lentamente emergió La Rubia.

—Dios…, te quiero un montón, pero hacemela más fácil, che… me están cagando a palazos.

Salió furibunda.