Por Settimo
.Vaisman había desatado el fuego sobre la ciudad destruida, ordenando una cacería implacable. Scaglia, desde abajo salió a coontratacar junto a su escuadra, logrando derribar la nave enemiga. Antes de caer, Vaisman ejecutó su último disparo letal. Sin previo aviso, las bombas de incrustación cayeron sobre ellos, matando a Pupé y hiriendo a Scaglia.
#28 — L1 — Nunca digas Nunca
En los túneles…
Después de la inundación y rescate por parte de los dos guardaespaldas de Scaglia, los estruendos de las bombas en la superficie alteraron nuevamente nuestra situación. Raúl y yo nos miramos y los cuatro quedamos perplejos.
Rápidamente, retomamos la carrera hacia el punto de encuentro donde se encontraban los del grupo de Arloro. En la corrida, sentíamos sobre nuestras cabezas sonidos parecidos a lanzas clavándose en la tierra seguidos de explosiones. Alertas, el equipo se encontraba contiguo al subsuelo de La Secretaría.Todo se movía.
Al arribar, por una de las bocas de túnel entraba desde el exterior Scaglia, totalmente ensangrentado junto otros hombres.
Raúl y sus rescatadores, ayudaron con algunos heridos.
—¡Lo desintegró! —decía Scaglia recostándose en el piso mientras en Grandote y Jaime lo trataban de calmar atónitos—. ¡Povero ragazzo! … el maldito hijo de puta de Vaisman lanzó su disparo final antes de caer.
—¿Se encuentra bien?—pregunté mientras trataba de encontrar sus heridas.
—¡Atiendan alla mia gente , esta sangre no es mía, vean si afuera quedó algún herido!—vociferaba descontrolado.
—Esta bien, pero tome descanso—le dije calmándolo—, veré qué puedo hacer.
Era cierto, su cuerpo estaba bañado de sangre ajena. Evidentemente los que quedaron arriba no les fue muy bien. Al asomarme desde la boca del cenotafio, el parque del monumento quedó completamente martillado por el racimo de bombas. El suelo asemejaba a un paisaje lunar lleno de cráteres y cuerpos.
Bajé para informar.
—El sector está destruido, increíblemente solo quedó en pie el monorriel, quedó intacto y abandonado en la estación de parada.
— ¿Intacto? El que construyó esa mierda lo hizo muy bien, ¿pariente tuyo?… ja!—me dijo Raúl socarronamente.
—Ya te dije que no tengo nada que ver con ese apellido la p…
— Eh!? ¡Va vía, va vía!… —interrumpió Scaglia—. Dejen de decir idioteces y levántenme, vamos con los demás, dobbiamo arrivare al “punto de control” del grupo.
Llegando al sector, percibimos que no había sido afectado por el ataque. Las detonaciones ya dejaban de escucharse, solo pensaba si el Negro estaba bien. Nos desplazamos unos cuantos metros más y allí nos cruzamos con lo que quedaba del grupo de los túneles. Arloro nos recibió.
—Dadme vuestro estado —dijo, ansioso, mirando el mapa-pulsera del laberinto que no terminaba de funcionar y golpeaba repetidamente.
El Rubión grandote que traía a Scaglia tomó la posta:
—Arriba no queda nada en pie, los que usted ve es lo que queda. La retaguardia fue atacada ferozmente, trajimos “dos más” de regalo, son de los grupos externos—dijo marcándonos a Raúl y a mí con la cabeza.
—Sed bienvenidos, pues. ¿Y de los grupos de las seccionales, qué nuevas tenéis?
—Fuimos emboscados en todos los puntos del exterior—respondí—, tanto en la zona del monumento como en las comisarías. Aguantamos el asalto pero con muchas bajas. El resto, que pudimos huir, quedamos dispersos por los túneles. El alcalde se encuentra muy mal herido en su brazo, está atendido por “Las Hermanas della carità” en la Capilla del Huerto y los grupos de las seccionales fueron diezmados, nada sabemos y no existe comunicación hasta ahora.
—Pues, ha de bailarse otra vuelta—marcó Arloro—. En breves minutos, listos habéis de estar para tomar las armas del depósito. Mas la guagua que íbamos a usar fue asaltada, tenemos un grave problema con el traslado.
—¡Esperá!—dijo Raúl mirándome…
—¡El monorriel…! —dijimos al mismo tiempo.
—Al final nos termina salvando tu pariente…—completó Raúl.
— ¡Andá a la mierd…!—contesté pegándole un golpe de puño en el hombro.
—Es la única que nos queda, no lo pensaría demasiado—acotó el Rubión—, será cuestión de organizar la carga de las armas.
—Pues adelante, ¡no os perdamos más tiempo, coño!—asintió Arloro.
El plan había sido descubierto y nos había golpeado muy fuerte, aunque se sentía un espíritu de seguir a toda costa. En ese momento, tras un codo que formaba el túnel, Laura se aproximaba al grupo. Agitada pero muy activa y cautelosa a la vez.
—Martín ya puso los “plásticos”—dijo tomando respiro—, solo falta que nos resguardemos y empezará el show de micro descargas para derribar el muro y accederemos al depósito.
Laura Rateni era una mujer muy valiente y aguerrida, todavía no puedo imaginar cómo mantuvo su secreto a sabiendas de su hija, Carla, en ese entonces. Reputaba experiencia, fue significativa en su accionar en los tiempos de guerrilla. Aunque no estuvo en nuestro comando de lucha se habían escuchado historias de ella y su esposo. El escape de la vieja cárcel de Coronda fue el más comentado. Ambos ingenieros, se especializaban en explosivos, sus incursiones eran de temer y Arloro sabía de sus capacidades.
—¡Listo, detonadores!—gritó a lo lejos Martín—. Nos escudamos al girar en la curva del túnel.
—¡Al resguardo!… dos… uno…
¡Boom!…¡bum!…¡boom!…
El repetir de los estallidos fue rápido. A través de la nube de polvo y en fila india, nos acercamos agachados. De entre el serrín y el muro quedó un boquete en forma cuadrada casi perfecta. Allí asomaba la figura de Martín completamente lleno de tierra, conformando el alivio de que al fin llegamos al punto alcanzado. El armamento estaba a tiro de ser tomado. La mitad del plan estaba cumplido.
—Listo Arloro, sus pertrechos se encuentran a disposición—dijo Martín mostrando una marca limpia en su rostro al retirar el protector de los ojos.
¡Boom!…¡bum!…¡boom!…
Nuevos estallidos nos sorprendieron y cayó el muro contiguo, detrás de Martín, y nuevas siluetas aparecieron…
—Antes tendrán que pelear por ellos…—se escuchó.
La voz replicó en nuestros oídos como un taladro. Lagostena apareció entre la humareda, con la mitad de la cabeza con vendas sangrantes y señales de lesiones de quemaduras en todo el cuerpo, evidentemente el maldito sicario había sobrevivido al estallido de la cúpula de La Catedral.
—¡Mátenelos a todos!—gritó.
Con él entraban con sus escudos de asalto más Cascos acribillando a balazos e hiriendo de muerte a Martín ante los ojos espantados de Laura.
El cuento de nunca acabar… y esta vez el combate sería cuerpo a cuerpo.