La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha

Por Settimo

#32 — L1 — Ciencias y Dioses (a rezar de nuevo)

Adriana “la Rubia” rescata a su maltrecha compañera, improvisa cuidados y el escape. Entre explosivos e ingenio, se cruzan con la amenaza del arrogante juez francés Paul Morrà, quien las captura. Justo cuando todo parece perdido, un angelado Andrés Maniscalco y su nuevo grupo de “celestiales”, cambia el fatídico destino de ambas.

La aparición del Negro fue un bálsamo para las Adrianas. De un salto a través del boquete se acercó a ellas. Tomó a la Morocha entre sus brazos como un héroe a su princesa, y se pusieron al resguardo mientras ella lo miraba embelesada y apoyaba su cabeza en su pecho buscando protección.

Detrás de ellos, las tres monjas lo acompañaban disparando en formación, cubriendo la maniobra. Morrà se restableció a la cola de los soldados que le sirvieron de escudo, y viendo la perentoria derrota huyó perdiéndose en retirada por los corredores dejando a sus seguidores a merced de las balas que, sintiéndose en inferioridad y con su líder abandonándolos, optaron por la misma acción.

Andrés levantó su brazo con su garfio hacia el frente y moviéndolo de arriba a bajo varias veces delante de la cara como banderola, ordenó el cese del fuego al ver la retirada.

—¿Se encuentran bien?—preguntó.

—Yo, si—respondió la Rubia—. Pero la Morocha está muy mal herida, su pierna necesita cirugía urgente

—Sor Beatriz las atenderá pronto, la capilla no está muy lejos, armemos algo para trasladarla.

Improvisando una camilla y con la ayuda de las monjas emprendieron la marcha hacia la iglesia. En el camino la Rubia preguntó:

—¿Cómo nos hallaste? ¿Y esto? ¿De dónde salió? —dijo señalando su garfio en el antebrazo izquierdo.

—Después de la emboscada en la toma de La Secretaría, la irrupción fue imparable y nos separamos. Pudimos escapar aunque muy perseguidos dentro de los túneles. Allí soportamos fuertemente la lucha y recibí un disparo que me voló la mano. Cuando todo parecía el final nos rescató Raúl Grande y terminamos en la Capilla del Huerto donde me socorrieron las hermanas. —El Negro, giró y las miró con ternura.

— ¡Ja!… bastante impaciente resultó ser Alcalde al llegar a la Capilla—agregó una de las monjas que caminaba a paso firme—, parecía un demonio.

El negro sonrió.

—Después de reponerme salimos a auxiliar a los compañeros desperdigados ante el ataque, entre la búsqueda apareció de repente la señal GPS que marcó la ubicación de ustedes.

Y esto… —dijo señalando su garfio—, digamos que es provisorio, pero me está gustando.

— ¿Ahora se hace el pirata, Alcalde?—dijo la Rubia.

—Es una sensación que me agrada… —contestó mirando el garfio.

— ¡Oh! …¡Mi bello corsario—interrumpió la Morocha aletargada mientras la llevaban—, me has salvado!…

—Parece que se te fue la mano con la morfina Rubia…—agregó el Negro.

—Ja ja.., tal vez me excedí “un toque” —le contestó.

En el trayecto, una de las monjas recibía información por su canal de radio:

—Alcalde, tenemos info que el grupo de los túneles también fue atacado, creo que deberíamos apresurar el paso.

— ¿En qué situación se encuentran?

—Sus intercomunicadores no responden. Solo tenemos contacto visual de nuestras “veedoras” en la zona. El lugar se encuentra rodeado por los Cascos y son atacados desde un poderoso aeromóvil de combate en estos momentos.

—El equipo de los túneles del Bajo Belgrano nos necesita, apuremos el paso, mi único deseo es que el maldito de Vaisman se encuentre vivo y enterrarle ese garfio en el culo. Avisen que llevamos un herido grave, no perdamos más tiempo.

Salieron presurosos, Andrés sabía que el tiempo apremiaba, sus compañeros necesitaban ayuda inmediata. Dentro de los túneles había cesado la escaramuza solo se escuchaban sordos estallidos a lo lejos. Redoblando esfuerzos y a marcha de maniobra en pocos minutos arribaron a la capilla. Al salir a la superficie dentro del santuario, ya las esperaba Sor Beatriz presta para atenderlos. Enseguida comenzó a dar instrucciones…

—Poned a la muchacha sobre la mesa del altar, hermana Mariana, traed el instrumental quirúrgico. Vos, Sr. Alcalde, habréis de asistirme como instrumentista. Y vós, señorita—señalando a la Rubia—, id a que os den los primeros auxilios.

—Prefiero quedarme y…

¡Xist! ¡Callau, callau! Vós, me habréis de obedecer —interrumpió—, retíraos y vaya junto a la hermana Kishi , que os atenderá.

Las instrucciones fueron tan resolutivas que dejaron inmóvil a la Rubia.

—¿Lo entendisteis o queréis que os lo escriba? ¡Anda ya, hostiàs! ¿Qué me quedáis mirando como si fuerais una mòmia?

—Dale, Rubia, o vas a estar en problemas…—dijo Andrés interrumpiendo.

La monjita joven que se encontraba al lado de la Rubia la tomó del brazo y la llevó hacia los bancos del centro.

—¿Qué le pasa a esta monja?—dijo la Rubia disgustada mientras se tropezaba con sus pies al ser llevada.

—Sor Beatriz es muy apasionada y expeditiva en dar sus órdenes—le comentó la niña monja mientras la sentaba.

No tan calmada la Rubia hablaba con la joven.

—¿Y tu nombre?… No te veo con rasgos orientales.

—Significa “larga y feliz vida”. Nací en Sajalín , una isla cerca de Japón. De mis padres, solo sé que no eran nativos del lugar, aunque mi madre quiso ponerme ese nombre. Tengo entendido que murieron o al menos mi madre, fui dada en adopción a la Congregación de Las Hermanas missionari della carità , Allí me recibió la hermana Beatriz. Ella nació en Barcelona, fue catedrática de lengua española, perseguida por los posmodernistas ante la rebeldía incontenible en sus escritos.

Terminó tildada de Discordante y finalmente perseguida. Dicen que escapó de España con ayuda del Lehendakari Carlos Ibarbia hacia Irlanda del Norte, allí conoció a un archidiácono inglés también acusado de rebelde aliado de Ibarbia. Se enamoró perdidamente y marcharon juntos hacia el pacifico Sur donde participaron en la Guerra Negra junto a los tasmanos donde se especializó en ayuda sanitaria y hospitales de campaña. Allí fue que me conoció de muy pequeña y me acogió en la congregación.

Sor Beatriz tiene su historia, es mejor dejarla pasar, quedesé tranquila que su compañera está en buenas manos.

—Todos tenemos una—completó La Rubia.

Mientras la monjita le hablaba podía verse el cuerpo de la Rubia con sus ropas deshilachadas llena de laceraciones por el trajín, algunas graves, de las cuales más de una terminó con varios puntos. Mucho no prestaba atención al dialogo de la joven monja, su mirada inmutable se mantenía tiesa sobre su compañera. Su pecho se hinchaba jadeante y entrecortado.

—Tranquila, Rubia, está mujer sabe lo que hace—marcaba Andrés para calmarla mientras asistía a Sor Beatriz.

La monja estaba bañada en sangre al maniobrar con el torniquete de la pierna de la Morocha. Su rostro, no reflejaba la misma tranquilidad que las palabras de Andrés.

—Habremos de intervenirla—dijo Sor Beatriz—el corte ha llegado a la arteria femoral, dada la dificultad para trasladarla debo realizar una exploración de la herida. Sor Mariana—indicó—, debéis asistirme ahora, señor Alcalde, apartaos.

Otra monja se acercó con más vendas y tomó unos guantes. Ambas comenzaron a operar demostrando maestría en sus diálogos.

—El orificio de entrada se halla en el tercio medio de la cara externa del muslo, y el de salida, en la cara interna, cerca del canal de los aductores.

—Hemos de combatir el shock, encaminemos a reparar aunque sea precozmente la vascularización del miembro inferior.

—Hay que conseguir una revascularización inicial con un shunt temporal y después el injerto antólogo de la vena safena contralateral.

Andrés, ya alejado junto a la Rubia miraba de otro modo, nada de lo que escuchaba entendía. El Strachítsa del altar totalmente manchado de rojo en sangre con el Cristo de fondo revelaba una escena pavorosa. Una mezcla de lo terrenal y divino yacía en esa imagen… y destapaba una acción conjunta por mantener la vida.

Luego de varios minutos, Sor Beatriz respiró y se retiró al altar a rezar mientras Sor Mariana acababa con los últimos arreglos.

Adriana y Andrés se acercaron a ella.

—¿Cómo está?—preguntaron.

—Hemos actuado con la máxima celeridad posible. En condiciones óptimas, las tasas de amputación y de mortalidad son bajas; mas así como estamos… ha de esperarse. Está en manos de Déu.