La Orden. La lucha por una Nueva Rosario está en marcha

Por Settimo

#35 — L1 — Pensar errores

En medio del caos y la traición, los sobrevivientes intentan escapar por la superficie mientras Scaglia y Laura se sacrifican inmolandose sobre los Cascos. El grupo, logra salir diezmado y exhausto, pero cae en manos de Vaisman, quien revela su presencia con una amenaza devastadora.

20 minutos antes…

La marcha a paso ligero por los túneles de Andrés y su grupo, era intensa: la circunstancia lo ameritaba. La última comunicación con los compañeros que se encontraban en los depósitos de la Secretaría no fue muy alentadora.

La hermana Mariana se acercó a Andrés.

—Nuestro veedor del exterior nos informa malas noticias; anuncia que Los Cascos se reagrupan con tropas en la superficie, sobre el Cenotafio de Malvinas.

— ¿Tenemos alguna conexión de audio con los de abajo?—Andrés le preguntó a la Rubia.

—Nada, Andrés, los canales están muertos—contestó desde el fondo de la formación siguiendo el ritmo de carrera.

—Sigamos… ¡Marcha a paso ligero!, tal vez llegaremos antes de la emboscada. Vaisman no toma prisioneros, pero le gusta torturarlos antes de fusilarlos. Su perversidad no tiene límites. Es un hombre vengativo con sus contendientes y odia quedar en ridículo, lamentablemente lo conozco demasiado.

El paso se hizo más rápido. Difícil era acompañar al Negro, su estado físico siempre se destacó entre todos. Detrás, lo escoltaban las hermanas Mariana e Inés, ambas con sus hábitos sobre la cabeza, marcando la diferencia. Los demás, acompañaban sin perder ritmo belicoso ni aflojaban el paso. Casi al final del grupo marchaba la Rubia, cubriendo la retaguardia. El sonido metálico de las armas componía un concierto de sonajas. El objetivo estaba claro…, sorprender. Tenían experiencia en condiciones similares, debían actuar con rapidez y eficacia.

En el trayecto hacia la boca del Cenotafio, el suelo comenzó a temblar en sus pies, seguido de un estruendo apagado que los paralizó.

—¿Qué fue eso? —dijo Sor Inés, deteniendo el paso.

Los estrépitos se repitieron en forma escalonada, hasta que unos metros más adelante, coincidiendo con el sonido, se desplomó el pasadizo.

—¡Cubransé!—gritó Andrés abrazando a las monjas poniéndose en cuclillas.

Segundos después, tras el temblor, vieron que el túnel había quedado bloqueado por escombros.

—¿Estamos bien?—preguntó.

—La retaguardia en orden, Alcalde—contestó la Rubia.

Andrés se adelantó por el túnel un poco para visualizar mejor la situación.

—Imposible atravesar por aquí, tenemos que encontrar otro camino.

Algo no le cerraba al Negro: la picazón en su oreja izquierda se lo revelaba.

Retrocedió hasta reunirse con el grupo. Una de las monjas desplegó el GPS tridimensional de su mapa-pulsera.

—La boca de túnel más cercana es la de La Plaza Oculta del Consejo, pero sigue inutilizada—señalaba sor Mariana—. Fue demolida por los Cascos ante su huida, Alcalde. Y la de la fluvial quedó totalmente inundada.

—Si queremos llegar solo nos queda salir por el sótano de la residencia del ex Museo Estevez —completó Sor Inés ampliando el sector y señalando el camino—. Es la más larga, pero la mas segura. Saldríamos por el Patio Español hacia la Loggia , tomaríamos calle San Lorenzo y allí nos desplazaríamos por la superficie. Para llegar allí, debemos empalmar con el pasadizo que pasa por debajo del Correo, la plaza 25 de mayo, y finalmente a la Casona. Marcaremos debido silencio, las bocas que cruzaremos en el trayecto se hallan tomadas por los Cascos, el mínimo descuido seríamos atrapados.

—En camino entonces. —Andrés señaló con su garfio la salida del grupo.

Con extrema cautela emprendieron el camino. El silencio del recorrido le daba tiempo para recordar.

En su trayecto pasaron por el lugar donde Andrés perdió su mano, tras una emboscada en la que cayó desde el Propileo. Aún había algunos cuerpos de soldados que evidenciaban la hostilidad del hecho. El Negro pensó en su amigo Raúl y su heroico salvataje.

Luego, a unos casi 300 metros llegaron a los sótanos del correo. Allí trabajó su padre. Rememoró la última visita de media mañana que le hizo en sus minutos de descanso antes de la fatídica “Noche Negra” del 2015, cuando fue secuestrado.

Al pasar bajo la Plaza 25 de Mayo atravesaron la Catedral. La imagen de la cúpula destruida se le imponía en la mente como símbolo de la traición de Lagostena, consumada en un lugar sagrado, tantas veces mancillado a lo largo de la historia.

Andrés evocó con desazón las tensiones que acabaron separando a su gobierno de la curia católica, tras aquel famoso discurso de 2045, harto del conflicto. Cierto sector de la Iglesia había estado siempre demasiado ligado al poder, y el posicionamiento de Andrés, inquebrantable en la defensa de la igualdad social en la ciudad, no fue bien recibido.

Por cierto el enemigo principal no eran los curas y las monjas, pero las usinas de inteligencia Posmodernistas, hambrientas de ir por todo, se ocuparon de profundizar el caos.

Llegando al ex Museo Estévez, rememoró la usurpación en 2026, cuando fue convertido en “La Loggia de La Germania Magna”. Allí se juntaba la más rancia burguesía lisonjera de la ciudad, a metros de la Municipalidad. Hoy se encuentra cerrado, todavía en litigio judicial.

Al salir del sótano y cruzar hacia el patio, descubrieron, para su asombro, una colección de objetos que alguna vez pertenecieron a jerarcas del Régimen. Entre las reliquias había una escultura de un águila imperial; un busto de Mario
Münich , su acérrimo enemigo desaparecido tiempo atrás —hecho por el que muchos culpaban a Andrés, y cuyo hijo homónimo había jurado vengar—; y
cuadros vinculados a la llamada “Conexión Rosaura ”, organización dedicada al robo y tráfico de obras de arte, cuyos miembros permanecieron en el anonimato desde fines del siglo pasado.

Andrés y su grupo salieron a la calle San Lorenzo y emprendieron una carrera rauda, cruzando la Plaza Sicilia , colándose por los techos de las viviendas hacia el Bajo Belgrano, y pasando por el Paseo Catalina Echeverría. Así alcanzaron a divisar, desde lo alto, el Cenotafio .

Allí, desencajado, Andrés contempló a sus compañeros: de rodillas, a punto de ser ajusticiados.