En tiempos donde el “sálvese quien pueda” parece reinar, es necesario reflexionar sobre cómo el individualismo, siempre presente en la sociedad, ha alcanzado niveles alarmantes. Nota de opinión indispensable de Gustavo Colacurto.
Lucía Singereisky, estudiante de Psicología, joven compañera y activista por los derechos femeninos, entre tantas otras convicciones y militancias, con quien comparto micrófonos en la radio los días viernes, suele tener la capacidad de dejarme tarea para llevar a casa. Y no es que tenga una actitud de maestra ciruela, en absoluto. Tan solo sus reflexiones son de esas que necesito escuchar y analizar, para comprender y sentir hacia dónde se dirige el futuro.
Parafraseando una de sus reflexiones, “para entender el presente y proyectar sobre el futuro, es fundamental estudiar y tratar de entender nuestra historia”, al menos comenzar con la más reciente. Lucía reflexiona sobre muchas otras cosas tan interesantes como estas, pero me detengo en esta reflexión para abrir esta columna.
Este presente del “sálvese quien pueda” ¿no es acaso el resultado de un individualismo que siempre estuvo presente en la sociedad? Si entendemos que la sociedad está organizada por diferentes estratos, como los sociales, religiosos y políticos, entre otros, podríamos comprender por qué la lucha colectiva como algo general en realidad es una utopía. Las luchas colectivas son luchas de diferentes sectores de la sociedad, pero no de toda la sociedad en general. Incluso las luchas más nobles, como la solidaridad, no logran ser generales en un país porque los distintos estratos sociales tienden a individualizarse debido a las diferencias entre ellos. Lo interesante es cuando una lucha colectiva logra ser mayoría en temas coyunturales.
El individualismo siempre estuvo presente. Quizás lo novedoso en este tiempo que nos toca vivir es que pareciera como si las mayorías hubieran renunciado a la búsqueda del bien común en pos de un individualismo extremista, enarbolado por el actual presidente y alimentado con mensajes de odio y violencia radicalizada.
Me pregunto si en el 2001 fue colectivismo o solo una cuestión de causa y efecto, al afectar a todos los estratos sociales al mismo tiempo, lo que detonó el estallido social. El detonante en aquel entonces fue la clase media, motor fundamental de nuestro país, pero los reclamos sociales venían manifestándose desde hacía tiempo, sin lograr que la sociedad en su conjunto se alzara de manera unánime. Esto se debe a que el reclamo provenía de un estrato vulnerable, y muchos otros sectores de la sociedad argentina reniegan de empatizar con los pobres. ¿Cuándo reacciona la clase media en el 2001? Cuando le tocan los ahorros. Ahí es cuando todo estalla por los aires. No cuando el pobre hacía meses que no podía comer dos veces al día, o cuando los jubilados no podían pagarse los remedios. La explosión ocurrió cuando el “sálvese quien pueda” ya no era una opción.
Hoy, los jubilados reclaman a la juventud universitaria la falta de apoyo y participación en el justificado reclamo contra la tiranía que el presidente Milei viene ejerciendo sobre casi todos. Los jubilados apoyaron a los universitarios cuando el “rey topo” fue por el recorte de presupuestos a las universidades. Esa lucha colectiva, que unió varios sectores sociales, logró dar marcha atrás al atropello del tirano. Sin embargo, la juventud universitaria no fue recíproca, y en algunos casos, solo fue empática de palabra. Pero el “rey tirano” vuelve a acechar a las universidades, y si esta sociedad se rigiera por la ley del talión, del “ojo por ojo”, podemos aventurar un futuro difícil para los universitarios sin el apoyo de los jubilados y otros sectores sociales.
Tampoco fuimos empáticos como sociedad con los recortes a los remedios oncológicos. ¿Será porque ese sector social es mínimo y no movilizó ningún amperímetro social, más allá de los afectados que vieron morir a sus seres queridos? Creo que muchos estamos sufriendo parálisis del sueño en estos tiempos.
Nos debemos un debate frontal y crudo como sociedad. “La culpa es del otro” ha encontrado un lugar donde recalar en una sociedad fragmentada e individualista. Por eso es importante interpelarnos sin temor, y si es verdad que nosotros no somos tanto amor y los otros no son tanto odio, tal vez ahí podamos aspirar a que el próximo líder presidencial tenga la habilidad necesaria para construir una sociedad menos fragmentada e individualista.
Cabe destacar que esta situación no ocurre solo en Argentina, sino que es un fenómeno global: “Divide y reinarás.”
“Lu, prometo seguir luchando todos los días de mi vida contra mis microfascistas internos.”