Un cuento de Oscar Di Terlizzi
Los policías del patrullero no escucharon sus explicaciones ni súplicas y junto a un bolso cargado de artículos importados los dejaron en la comisaría 15. “Escuchame”, le dijo Luli al Gordo al oído para que no escuchen los oficiales, “vos déjame a mí, hacete bien el Bernardo, que ésto lo soluciono en un ratito. Fernández me dijo que ya habló con el tipo que le vende y nos va a sacar en cualquier momento . Parece que el coso este, un tal Zenón, es bien picante, que tiene unos primos en el norte y le traen todos los cuchuflos estos… ¡Pero mirá cómo nos vienen a enganchar!”, siguió Luli, “Gordo, vos también, no podés ser más camote, mil veces te dije…no le ofrezcas a cualquiera, no le ofrezcas a cualquiera, prestá atención… ¡He! ¿Cuántas veces te lo dije? ¡Quichicientas! ¡Quichicientas!… Y no me me das bola…¡nunca me das bola!”. Seguía hablándole a su compañero al oído, mientras el otro perdía su mirada en las caprichosas rajaduras de la pared blanca a medio pintar. El hombre no emitía sonido, se quedó quieto mientras el otro seguía con el sermón.
“¿Y ahora?… ¿Y ahora?… Quedamos cerapio, ni un sope tenemos. Porque los pendorchos esos están fetén fetén. Los estábamos vendiendo bien, rápido.”
Un sumariante pasó cerca del infortunado dúo y les informó que tenían que seguir esperando. Les comunicó con formalidad policíaca que necesitaban ciertos permisos para poder vender esos artículos importados. Lali le quería explicar que ellos no sabían pero al oficial no le interesó, solo les dijo que esperen al comisario.
“¡Tengo un ragú! “, gruñó el Gordo a manera de queja. “Ya va, ya vamos a salir. Cuando caiga el Zenón no se qué, nos largan y vamos a lo del Cachito por unos chori. Con ese nombre el tipo este debe ser un hombre de campo…o un político, que se yo. Lo va a agarrar al capanga de la comisaría y ahí vamos a salir”. Continúo; “mirá, yo no pienso crepar acá, después de todo, no hicimos nada malo, solo estábamos lomeando. González me había dicho que si nos pasaba esto nos quedemos tranqui que él iba a solucionar todo” .
Luli se calló un segundo mirando la misma pared que su socio. “Pero Gordo, mirá que sos, mirá que sos. Te dije mil veces…¡Ojo a quien le ofreces ! ¡Tené cuidado! Pero, ¿qué me contursi? El tipo se hace el cancherito y se larga a ofrecer y justo a un cana . Pero un cana…¡vestido de cana! ¡Dios mío Gordo! ¿Cómo no te diste cuenta? El tipo se quiso hacer el gil y no lo dejaste.”
En ese momento el gordo dejó de mirar la pared y enfocó a su amigo y solo atinó a decir “Yo solo quería vender”, murmuró. En ese momento, el sumariante atendió el teléfono solamente contestando con monosílabos lo que del otro lado le decían. Luego de terminada la comunicación, buscó el bolso de los muchachos, se lo tiró a Lali y le indicó que se podían retirar.
“¿Así nomás?”, si, así nomás, contestó el policía con un dejo de indignación; y continúo, dijo el comisario Zenón que por esta vez, ya se podían ir.