Universos Paralelos

Carina Cappelletti y Mauricio Banchero reflexionan sobre la disociación entre presente y memoria como análisis crítico de la realidad social

Es evidente la disociación manifiesta en nuestra sociedad entre el presente y la memoria. Escuchamos y leemos comentarios relacionados con el aumento de precios, el costo creciente de los elementos necesarios para satisfacer nuestras necesidades básicas.

Parecería que estos aumentos carecen de causas claras. Nadie parece saber por qué se producen o por qué el salario no alcanza, por qué la factura de luz llegó el doble de lo esperado, o por qué el gas o la nafta volvieron a subir.

Se argumenta que el avance del capitalismo trae consigo nuevas necesidades, pero vivimos en una sociedad heterogénea y desigual, donde las necesidades y el acceso para satisfacerlas son radicalmente diferentes.

Hoy, nuestra sociedad está fragmentada en universos paralelos: uno de realidad y otro de negación. Entre el no querer saber y la dura cotidianeidad de no llegar a fin de mes, ¿qué podría sorprendernos? Peor aún, ya no queda espacio para la sorpresa, solo para la queja. ¿Pero de qué nos quejamos? De un gobierno nacional que antes de asumir ya había prometido la desregulación de los precios. ¿Y qué significa eso? Que todo va a aumentar: luz, gas, nafta, alquileres, impuestos y servicios. Todo subió, y no parece haber espacio para otra cosa que la queja. Y transitamos el día a día sin recordar. Algún memorioso dirá: “Te lo dije”.

¿Por qué suben los precios? Porque el mercado los define, y claramente este mercado beneficia a unos pocos. Pero, ¿quién es el mercado? Son los dueños de la Argentina, aquellos que te dicen que ellos no son la casta, que vienen a terminar con la casta. En realidad, vienen a terminar con nosotros, los que día a día hacemos que el país funcione. Somos los que dedicamos largas horas al trabajo, creyendo que todos contribuimos a la Argentina, y no solo un puñado de privilegiados.

¿A qué viene todo esto? El deterioro en estos nueve meses de gobierno es tan profundo que nos paraliza. Nos aniquila el deseo de estar mejor, nos borra la memoria de que alguna vez estuvimos mejor. Nos han convertido en personas que solo se quejan, y nos hacen creer que eso es un país normal, sin movilizaciones, porque si te quejas, te reprimen. Vivimos en una sociedad donde se espera que aceptemos sin chistar la creciente brecha entre ricos y pobres, o de lo contrario, seremos castigados.

Se nos obliga a aceptar la indignidad, sacrificando hasta nuestros cuerpos, llevándonos a una versión pasiva y vulnerada de nosotros mismos.

Ahora bien, ¿qué pasaría si esos universos paralelos se comunicaran? Si lográramos hacer un poco de memoria y recordar lo que significaba para nuestros abuelos la posibilidad de construir un futuro con movilidad social ascendente, donde sus hijos pudieran estudiar y vivir mejor que la generación anterior. Eso se llamaba justicia social y ayudaba a reducir las desigualdades.

Este pensamiento prevaleció porque existía un Estado con políticas públicas destinadas a mejorar la vida de las mayorías. Criticar al Estado es fácil, pero debemos ser claros: solo un Estado presente y con políticas destinadas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores garantiza el máximo acercamiento posible a la felicidad.

Hagamos el ejercicio de conectar el universo de la queja con el de la memoria, trascendiendo una libertad individualista para construir el deseo de igualdad, que es comunitario. Quizás, de esa manera, podamos construir un mundo donde quepan muchos mundos.