“La ciudad no está pensada para personas con discapacidad”: la denuncia de un padre de Pueblo Esther por la falta de accesibilidad para su hijo en silla de ruedas

Juan Patricio Irrazábal, vecino de Pueblo Esther y papá de Francisco —un niño con discapacidad motriz—, expuso en redes sociales la odisea diaria que enfrenta para trasladarlo a la escuela. A partir de su testimonio, miles de personas se hicieron eco de una realidad silenciada: las barreras urbanas que impiden una vida digna y accesible en una ciudad que se autodenomina inclusiva.

Hace casi tres décadas que Juan Patricio Irrazábal vive en Pueblo Esther. Es padre de Francisco, un niño alegre y querido por el barrio que nació con hidrocefalia congénita no evolutiva, y que por su condición utiliza una silla de ruedas. En los últimos días, Juan decidió hacer visible a través de un posteo en redes sociales la lucha cotidiana que atraviesa junto a su hijo para ejercer algo tan simple como el derecho a la movilidad. El impacto fue inmediato: su publicación fue compartida más de 200 veces y generó miles de reacciones.

“La ciudad no está preparada para personas con discapacidad”, dice Juan, con la firmeza de quien decidió no callar más. Y aunque el relato nace desde su experiencia personal, se extiende a una problemática colectiva. “Esto no me pasa solo a mí. Le pasa a las personas mayores, a las madres y padres que salen con cochecitos, a cualquier persona con movilidad reducida. Pueblo Esther no es accesible”.

En su recorrido diario de apenas 1.400 metros para llevar a Francisco a la escuela, Juan enfrenta veredas rotas, calles de tierra intransitables cuando llueve, rampas ocupadas por autos o mesas de bares, y falta de señalización en los cruces. “Me tomé el trabajo de contar cada obstáculo en ese trayecto. Y es desolador. Hasta tuve que elegir entre exponerme a una multa o circular por lugares prohibidos para poder llegar”, cuenta.

La crónica urbana se vuelve aún más dolorosa cuando se traslada al ámbito del transporte público. “Hay un transporte escolar municipal, pero no está adaptado. No se necesita una inversión millonaria, con voluntad y empatía se pueden hacer muchas cosas”, explica. Además, cada viaje a Rosario para tratamientos o terapias implica costos altísimos porque la ciudad no ofrece opciones seguras ni adaptadas para salir en silla de ruedas.

“Hoy me toca hablar a mí porque se viralizó mi reclamo, pero hay muchas personas a las que les cuesta aún más. Me escribieron mamás que me dicen ‘no es que escondo a mi hijo, es que no puedo salir de casa’. Esa frase me partió al medio”, relata conmovido.

Juan resalta que no busca confrontar, sino generar conciencia. De hecho, mantuvo reuniones con representantes de distintos partidos políticos sin identificarse con ninguno. “No quiero que esto se politice. Esto es un llamado a la empatía. A pensar una ciudad nueva, para todos, sin importar su condición”.

El reclamo también alcanza a los espacios de recreación. “Quiero ir a la plaza de la esquina de mi casa y no puedo. No hay juegos adaptados, no hay bancos accesibles. Pueblo Esther tiene espacios verdes lindísimos, pero están pensados para unos pocos”, lamenta.

Las barreras no son solo físicas. También son culturales. “Nos falta mucho como sociedad. Nos falta entender que poner una piedra o un adoquinado no es una solución si con eso se traba una silla de ruedas. Que una vereda rota no es solo fea, es peligrosa. Que una rampa obstruida no es una anécdota, es una vulneración de derechos”.

Finalmente, Juan invita a toda la comunidad a organizarse, a participar, a reclamar sin miedo. “No sé si soy la persona indicada, pero si puedo acompañar a alguien para que su voz se escuche, lo voy a hacer. Porque esto no se trata de un favor, se trata de derechos. Y no podemos seguir viviendo como si no existiéramos”.

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