Julia Portillo vive y trabaja en un campo ubicado a orillas del arroyo Frías, en el barrio Solares del Sur, Pueblo Esther. Desde hace años, convive con olores nauseabundos que, según relata, provienen del vuelco de líquidos cloacales e industriales al cauce del arroyo. A través de redes sociales y denuncias formales en la Municipalidad de Pueblo Esther y la Comuna de Alvear, ha intentado sin éxito que las autoridades actúen ante una problemática que afecta al ambiente y a la salud de la población.
“Esta semana, desde el domingo, no se puede estar afuera. Tragar ese olor te pica la garganta”, cuenta Julia. En los videos que compartió en redes sociales —ya publicados por este medio— se observan líquidos de distintos colores (negros, rojos, azules) fluyendo por caños hacia el arroyo. “Eso es pintura, no tengo dudas”, dice. “Hay dos caños visibles, pero otros están tapados por la maleza. Esos son los que largan una espuma blanca”.
Julia explica que la situación se agrava en días de lluvia, cuando la corriente arrastra los residuos. También detectó un patrón en la frecuencia de los vertidos: “Se siente más jueves, viernes y sábados, sobre todo después de las cinco de la tarde, cuando ya no hay inspectores”.
La denuncia abarca dos focos de contaminación: los desechos industriales provenientes del parque industrial de Alvear y los líquidos cloacales de camiones atmosféricos que —según afirma— también provienen de ese distrito. “Esto no es nuevo. Facebook me recordó que hace dos años ya había publicado un video. Y sé que esto viene de más atrás, por lo menos cinco años”, asegura.
En su reclamo, Julia señala la desidia de las autoridades: “Fui personalmente a la Comuna de Alvear, llevé notas, me firmaron una denuncia y nada más. Nunca me atendió la persona responsable. Cuando insistí, me bloquearon el teléfono. Y cuando reclamé a la planta industrial de Alvear, me dijeron que tienen permiso de la Comuna”.
Desde el Municipio de Pueblo Esther, le informaron que se están tomando muestras del agua, pero ella no recibió resultados ni explicaciones. “Tampoco vi a nadie tomar muestras, puede ser que me equivoque, pero nunca vi a nadie. Respuesta no hay”, repite con resignación.
Además de los olores, la contaminación afecta la biodiversidad del lugar. “Cuando las fábricas pararon en enero, el arroyo estaba limpio, lleno de garzas, patitos, tortugas. Hoy no hay un solo animal”. También impacta en la salud: “Desde que vivo acá tengo la garganta tomada. Tuve que dejar de usar lentes de contacto por la irritación en los ojos”.
Respecto a las tareas de mantenimiento, cuenta que hubo un desmalezamiento el año pasado que ayudó a evitar inundaciones, pero no tuvo continuidad. El puente que cruza el arroyo, advierte, “está rajado y es peligroso”.
Julia también denuncia la falta de limpieza y educación ambiental: “La gente tira basura en zonas rurales. Yo pedí que vengan a limpiar donde salen los caños, que bajen esas cañas. Pero todavía no vinieron”.
Aunque reconoce que la mayoría de los vecinos no participa activamente de los reclamos —por falta de tiempo o desconfianza en los resultados—, ella insiste: “Yo vivo acá, trabajo acá, tengo animales y sé lo que es cuidar el medio ambiente. Por eso sigo, aunque sea sola”.
Una de las frases que más repite al final de la entrevista resume su lucha: “Mientras me quede respiración, la voy a seguir peleando”.
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