Martín Mollard y Alejandro Oviedo comparten una pasión que transformó sus vidas: el running. Desde una búsqueda personal de bienestar hasta la participación en triatlones e Ironman, sus testimonios revelan cómo el deporte puede convertirse en estilo de vida, compromiso familiar y escuela de superación.
Lo que para muchos comienza como una forma de sentirse mejor, para otros se convierte en una auténtica pasión. Este es el caso de Alejandro Oviedo y Martín Mollard, dos vecinos que encontraron en el deporte no solo un camino hacia el bienestar físico, sino una manera de organizar su vida con disciplina, metas y entusiasmo. En diálogo con Radio Enlace, ambos compartieron sus trayectorias personales, anécdotas, rutinas y la importancia que tiene para ellos sostener esta práctica, incluso cuando las exigencias del día a día amenazan con correr el arco de sus objetivos.
Alejandro tiene 46 años, es casado y padre de una hija adolescente. Su historia con el running comenzó cuando la balanza marcó 86 kilos. “No fue por una cuestión estética, sino por salud y comodidad. Me sentía incómodo, la ropa no me quedaba bien y me propuse bajar de peso”, cuenta. Así fue como arrancó, primero caminando, luego en bicicleta y después trotando, como cuando tenía 15 años. “Troté cinco cuadras y no estuvo nada mal, teniendo en cuenta que hacía más de 30 años que no lo hacía. Desde ahí, no paré más”.
En su caso, entrena cinco días a la semana con un objetivo claro: disfrutar de correr y mejorar. “Tengo entrenador, Cristian Benegusi, un atleta de élite. Me pasa las rutinas, entreno presencial en la pista del estadio municipal de Rosario y el resto lo hago en forma virtual. No me miento. Si no puedo cumplir con la rutina, lo hablo con él. Esto funciona si hay compromiso”, afirma.
En competencias, Alejandro ha llegado a correr hasta 21 kilómetros y entrenar distancias de hasta 30. Su tiempo más extenso en esos entrenamientos fue de 1 hora 50, a un ritmo cercano a los 15 kilómetros por hora. Aunque todavía no corrió una maratón oficial (42,195 km), no descarta hacerlo a futuro. “Sumando todo lo que corrí, puedo decir que soy maratonista igual”, dice entre risas. Y recuerda el origen épico de esa distancia, de la mano de Filipides y su legendaria carrera entre Maratón y Atenas.
Por su parte, Martín Mollard tiene 41 años, está casado con Silvana y es papá de dos mellizas de 8 años, Martina y Emilia. Su vínculo con el deporte viene de larga data, aunque su incursión en el running se dio con mayor constancia a partir de los 27. “Siempre me gustó el deporte. Hice el curso de guardavidas, natación… Cuando conocí a mi esposa nos anotamos juntos a una maratón de 5 kilómetros en Arroyo Seco. Ahí me picó el bichito”, recuerda.
Lo curioso es que, con muy poca preparación formal, Martín decidió anotarse a una maratón de 42 kilómetros en 2013. “No sabía lo que era entrenar, salía a correr por mi cuenta. La terminé en cinco horas, caminando y corriendo. Iba 500 metros corriendo, 500 caminando. Pero me gustó tanto que al año siguiente volví mejor preparado”.
Ese entusiasmo lo llevó aún más lejos: se animó a los triatlones, primero con una mountain bike prestada y una remera de fútbol, luego con más experiencia y equipamiento. Participó de pruebas short, olímpicas, de media distancia (Half) y en 2018 corrió su primer Ironman en Mar del Plata, con natación en aguas abiertas y temperaturas extremas. “Ahí ya fui con traje de neoprene, un profe que me ordenaba los entrenamientos, nutricionista, todo. Porque además de correr, tenés que entrenar cómo vas a comer en la carrera. Qué te cae bien, qué no. Todo se prueba antes”.
Entrena los siete días de la semana, combinando las tres disciplinas: natación, ciclismo y trote. “Lunes y viernes nado, martes y jueves corro, uno de los días del fin de semana también corro, y el día restante, bicicleta. Si tengo una carrera a la vista, intensifico. Y si no, igual salgo, porque lo necesito”, admite. Cuando se prepara para un Ironman, las sesiones pueden llegar a ser de hasta cuatro horas de bici y dos de trote en un mismo día.
El deporte también llegó a sus hijas, que ya participaron de sus primeros triatlones infantiles. “Nadaron 50 metros, un kilómetro en bici y 200 metros de trote. Todo muy libre, sin presión. El profe les dijo que hicieran lo que pudieran. Ellas chochas, y yo también”, cuenta con orgullo.
Ambos coinciden en algo: el deporte no compite con la vida familiar o laboral, sino que se complementa. Alejandro lo dice con claridad: “Cuando querés hacer algo, el tiempo lo encontrás. Sea para el deporte, para tu familia o para lo que te haga bien”. Martín agrega que incluso con sus responsabilidades, el entrenamiento es parte de su rutina: “Yo salgo un domingo a correr una hora y ya me cambia el día. Es parte de mi equilibrio”.
Finalmente, sus historias también reflejan una transformación que va más allá de lo físico: son ejemplo de constancia, resiliencia y amor propio. Dos vecinos que un día se calzaron las zapatillas y salieron a correr… sin saber que estaban empezando mucho más que un entrenamiento: estaban cambiando su vida.