Raúl Aguirre, vecino del barrio ubicado a orillas del río en la zona conocida como Bajada Barbi, expuso con crudeza la realidad de más de 40 familias que viven sin alumbrado público, recolección de residuos ni transporte escolar. “Pagamos como barrio residencial, pero vivimos como si no existiéramos”, reclamó en diálogo con Enlace Pueblo Esther.
Pido que vengan y lo vean con sus propios ojos. Que caminen entre el barro, que vengan de noche, que vean lo que es vivir acá”. Así, con tono firme pero sin estridencias, Raúl Aguirre le habló a toda Pueblo Esther desde el aire de Enlace, denunciando una situación que, según él, lleva décadas sin ser atendida. Aguirre vive desde los cinco años en Bajada Barbi, un barrio costero que fue creciendo con el esfuerzo de sus habitantes, pero sin acompañamiento estatal. Hoy tiene 36 y sigue esperando las mismas cosas: iluminación pública, calles transitables, un contenedor de basura y respuestas concretas.
Todo comenzó con un video que Raúl publicó en redes y que se viralizó rápidamente: la imagen mostraba una oscuridad total. No era un apagón, sino la confirmación de lo que viene señalando hace años: en todo el barrio no hay alumbrado público, a pesar de que en las boletas de luz figura ese concepto. “Nos cobran alumbrado, barrio y limpieza, como si viviéramos en un barrio residencial, pero no tenemos nada de eso”, denuncia.
Bajada Barbi ya no es una pequeña comunidad pesquera. Hoy viven allí más de 45 familias, muchas con niños que caminan hasta 35 cuadras para ir a la escuela, porque el colectivo no pasa y el transporte escolar no es regular. “Hay chicos que salen a las 5 de la mañana y lo hacen completamente a oscuras. No tenemos remises porque nadie quiere bajar por el estado de las calles. El camino está destruido”, agrega.
El crecimiento del barrio se topó desde sus inicios con trabas legales. En sus primeras gestiones para lograr la conexión formal de los servicios, los vecinos se encontraron con la oposición de una entidad privada, la Asociación Ateneida Viñaduzzi, que buscó apropiarse del terreno. La disputa derivó en un juicio, donde los vecinos ganaron dos instancias judiciales y resistieron incluso un intento de desalojo. Sin embargo, a pesar de los fallos favorables, muchos trámites siguen detenidos. “La CLESAP nos dice que no puede avanzar con los medidores porque recibió cartas documento de Viñaduzzi y que no quieren tener problemas. Pero mientras tanto, hay gente que no puede acceder a los servicios”, explica Aguirre.
La impotencia se mezcla con el ingenio y la solidaridad: los pocos postes de luz que hoy iluminan partes del barrio no fueron instalados por el municipio, sino por los propios vecinos. “Uno donó lámparas, otro cables, yo hice la instalación, colgándome del cableado existente. Sé que no es lo correcto, pero no nos dan otra opción”, relata. Lo mismo ocurrió con una antena de 25 metros que Raúl levantó para poder acceder a internet, en una zona donde ni siquiera hay señal de celular. “Subí a la casa de un vecino para poder comunicarme con ustedes, porque desde mi casa no tengo forma de hablar”.
Las denuncias también incluyen la recolección de residuos. El barrio entero cuenta con un solo contenedor, ubicado en una pequeña plaza comunitaria que fue construida por una familia vecina. “Somos más de 40 familias, y tenemos que caminar cuatro cuadras con la basura hasta ese punto. No hay recolección diaria, no hay mantenimiento, no hay nada”.
Aguirre insiste en que lo que sucede en Bajada Barbi no es solamente un problema de infraestructura, sino también de seguridad. “Hay víboras yararás, basurales en los caminos, familias que cruzan por el campo para ahorrar cuadras. Esto puede terminar en una tragedia”. Hace pocos días, según contó, se encontraron varias yararás en el camino que conecta el barrio con la ruta. “No sabemos a quién recurrir si pasa algo. No tenemos información, no hay capacitación, nadie baja al territorio”.
El perfil del barrio ha cambiado: ya no son solo pescadores quienes habitan en la zona. Hay trabajadores de fábrica, administrativos, comerciantes. Gente que, como Raúl, invierte de su bolsillo para intentar mejorar el entorno. “He comprado escombros, he puesto maquinaria propia para arreglar la bajada. Pero no alcanza. No es justo que tengamos que hacer todo solos”.
La entrevista también giró hacia lo político. En tiempo de campañas y promesas, Aguirre asegura que muy pocos candidatos y concejales se acercan al barrio. “En esta y en elecciones anteriores, solo tres personas vinieron. El resto nunca bajó. Pero nosotros estamos acá, vivimos acá, y votamos. Les pedimos que nos incluyan en sus proyectos”. Destaca, sin embargo, que en el barrio conviven distintas pertenencias partidarias, y que lo que prima es el objetivo común: mejoras concretas. “No importa de qué partido venga la ayuda, la necesitamos”.
El enojo va acompañado de propuestas: los vecinos han pensado incluso en armar una asociación civil o una escuelita de oficios para que los jóvenes tengan oportunidades sin tener que recorrer grandes distancias. Pero el problema de fondo, repite, es el mismo: sin acompañamiento estatal, todo queda en manos de vecinos y vecinas que ya están al límite.
La sensación que transmite Aguirre es de hartazgo, pero también de persistencia. “Hoy no somos un asentamiento, somos un barrio consolidado. La gente de Pueblo Esther me conoce, sabe que laburo, que lo que digo no es para figurar. Yo lo hago público porque es la única manera de que alguien nos escuche”.
Y remata con una frase que condensa todo: “Pueblo Esther no es solo el centro. También estamos nosotros. Y también merecemos vivir con dignidad”.
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